El 2020 fue un año en el que el azote de la COVID-19, la pandemia del siglo, arremetió contra nuestro planeta, cual el más violento fenómeno natural, dejando libres apenas a unos pocos países.
1, 8 millones fue el saldo contable de quienes perdieron la vida por causa de esta enfermedad que demostró la vulnerabilidad de los sistemas de salud a nivel mundial.
En muchas naciones colapsaron los servicios de emergencia e incluso la vida de un ser humano entró a formar parte de un escalafón, donde se priorizó a la juventud por encima de la ancianidad, ante la escasez de recursos y de personal médico para atender a cada paciente.
Las alarmantes noticias de la Organización Mundial para la Salud (OMS) estremecieron el mundo, e inició así el combate por preservar la vida, una batalla con el protagonismo indiscutible de la medicina y la ciencia en cada rincón.
Hoy el planeta tierra aunque no libre de este flagelo, multiplicado con una nueva cepa, respira tras la esperanza de vacunas para controlar el avance de la pandemia.
Otros candidatos vacunales auguran en un futuro cercano el fin de la tragedia, final que dependerá del concurso de la comunidad mundial, en el reparto equitativo de este logro de la ciencia para erradicar la enfermedad.
Países como Cuba supieron sortear los obstáculos y enfrentar además las más cruentas maniobras del Bloqueo Económico, Político y Comercial de los Estados Unidos para intentar derrotar el sistema social imperante en la isla.
El 2020 demostró cuan frágil y efímera puede ser la vida en su más amplio sentido genérico, cuanto agradece el planeta la disminución de los ataques contra el medio ambiente y la suerte que tuvimos de llegar al 2021 y no caer en el abismo.