Decía Lenin que la esencia económica del imperialismo es la de ser un capitalismo en transición o, más propiamente, un capitalismo agonizante en el que resulta extremadamente instructiva la forma en que los economistas burgueses hablan de “entrelazamiento” económico para describirlo.
Una de las características más notorias de este capitalismo agonizante es el crecimiento tumultuoso y desordenado del capital financiero.
Inspirándose en los trabajos de Riesser, Lenin gustaba de usar una analogía para ejemplificar la velocidad del crecimiento del capital bancario. Decía que guardaba “la misma relación que el coche de posta de los viejos tiempos con respecto al automóvil moderno, el cual marcha a tal velocidad que representa un peligro para el despreocupado transeúnte y para quienes van en el vehículo. ” En las vías del capitalismo hay que mirar muy bien para los dos lados antes de intentar cruzarlas , no vaya a ser que algún bólido financiero descontrolado te pase por arriba sin darte tiempo para entender que fue lo que sucedió, como les ha sucedido a tantos y , recientemente, a los entusiastas emprendedores de las “start up” de la tecnología de Silicon Valley.
Lenin nos explicaba que además de la velocidad con que crecen, “los bancos son “unas empresas que , por sus fines y su desarrollo , no tienen un carácter de economía privada pura”, sino que cada día se van saliendo más de la esfera de la regulación de ésta. Nada tiene este “entrelazamiento”, decía, de accidental o fortuito, “lo que constituye su base, lo que está detrás del mismo son las relaciones sociales de producción sometidas a un cambio continuo”. Más que un “entrelazamiento”, lo que hay es una creciente socialización de la producción, en la cual las “relaciones de economía y de propiedad privadas constituyen una envoltura que no se corresponde ya con el contenido”.
Me imagino, al leer estas palabras de Lenin, a un cangrejo atrapado en su caparazón, luchando por desprenderse de la coraza que le sirvió de protección, pero que a la larga se transforma, sin quererlo ni poder evitarlo, en un impedimento para crecer y en su féretro si no logra desembarazarse de ella.
Esta envoltura, afirmaba Lenin, debe “inevitablemente descomponerse si se aplaza artificialmente su supresión, que puede permanecer en estado de descomposición durante un período relativamente largo (en el peor de los casos, si el tumor oportunista se prolonga demasiado), pero que con todo y con eso, será ineluctablemente suprimida”. Lenin tenía bien claro el papel del oportunismo como herramienta del capital para tratar de postergar su inevitable caída, afirmando que “lo más peligroso son las gentes que no desean comprender que la lucha contra el imperialismo es una frase falsa y vacía si no va ligada indisolublemente a la lucha contra el oportunismo.”
Citando al economista prusiano Schulze Gaevernitz, un admirador del imperialismo que afirmaba ya a fines del SXIX que “los bancos alemanes se hallaban en las manos de una diez o doce personas” y consideraba que “ su actividad es más importante para el bien público que la actividad de la mayoría de los ministros”, Lenin decía que a estos economistas les resulta muy ventajoso olvidarse del “entrelazamiento” existente entre banqueros, ministros, industriales, rentistas, jueces, etc…” sobre todo en tiempos de crisis.
Lenin escribía estas líneas hace 107 años y tenía razón, aunque no existieran en sus tiempos las Instituciones Financieras de Importancia Sistémica Global , las “too big to fail”. ¿Qué mayor ejemplo de “socialización” que los integrantes del G20 le aseguren que pase lo que pase, las tesorerías de los gobiernos estarán ahí para no dejarlas caer? Tampoco conoció el grado de “entrelazamiento” alcanzado entre los dueños del capital, reducido a una ínfima cantidad de milmillonarios y los miembros del “establishment” y tampoco se equivocó en suponer que el tumor oportunista pudiera tener tal capacidad de supervivencia.