Llega otra vez el 27 de noviembre en la isla de Cuba y para quienes sienten con sinceridad el dolor de las adversidades sufridas en pos de la independencia de la patria aquel lunes de 1871 parece estar en el presente y la indignación reverdece a pesar de los años tras el horrendo crimen.
El suelo se estremece en eterna protesta por llevar en sus entrañas ocho cadáveres de sus hijos inocentes, obligados a morir víctima de la cobardía colonial.
Ocho los pupitres vacios, de donde la soberbia, la ambición de poder y la mentira arrebataron a la patria los futuros médicos que apenas empezaban su carrera para salvar vidas donde su labor sería siempre necesaria.
Para los cubanos de hoy, a pesar de los años, sigue doliendo la barbarie colonial y sigue siendo inconcebible que el miedo de quienes oprimían a la isla les condujera a un hecho tan cobarde y tan indigno incluso para una España marcada ya por el abuso de la esclavitud y sus penurias.
Ninguna súplica ni reclamo fue suficiente para los verdugos, incapaces de oír ni razonar ante los argumentos. Les apremiaba la venganza y la impotencia de no haber podido doblegar la valentía de los criollos. Por eso se tenían que ensañar con quienes aún ante la muerte irremediable supieron enfrentar con valentía la extrema injusticia.
A 149 años de aquel crimen horrendo la tierra herida sigue sin resignarse ante lo imperdonable y sin rendirse ante la adversidad. Multiplica por miles aquella simiente arrebatada, la disemina por todos los contornos de la patria y más allá, donde los rincones oscuros claman la presencia de un médico valiente, capaz de salvar vidas donde el colonialismo de estos tiempos sigue enterrando la inocencia.