En la naturaleza feraz que rodeaba la casa natal en Birán, halló desde el principio el escenario para la actividad física. Desde niño hizo del entorno difícil un desafío, el ejercicio, la tarea para vencer entuertos. Y en la disposición de probarse a sí mismo no vaciló en cruzar guantes con muchachos de registros mejores para el pugilato. A cada rato, el Comandante en Jefe recordaba el fuerte golpe recibido en la cabeza en una de aquellas peleas pactadas con vecinos de la comarca.
En la clausura memorable de la Plenaria Nacional de los Consejos Voluntarios del INDER en la Ciudad Deportiva el 19 de noviembre de 1961, las palabras de Fidel desgranaban aquella pasión primigenia por el deporte, con pleno conocimiento de causa. Y un optimismo extraordinario para encarar las empresas grandes y complicadas, que se hizo ciertamente inmenso tras la extraordinaria victoria del primero de enero de 1959.
No resultaba nada fácil cambiar las reglas del deporte, y no solamente porque fuera un negocio de las clases privilegiadas de otro tiempo, o por la existencia de una infraestructura definida por la ruta del dinero. Era preciso cambiar esa cultura donde el atleta constituía una mercancía, acendrada históricamente en la conciencia de pudientes y desposeídos.
En el discurso mencionado, el líder de la Revolución criticaba con amargura cómo “los peloteros son vendidos de un club a otro en Estados Unidos”. Es una práctica actual en muchas partes del mundo, con transacciones millonarias desorbitantes, que se presenta como lo más natural del mundo. Fidel se inscribe sin falta en el signo heroico del olimpismo clásico de un viejo tiempo.
Aquel año de 1961 resultaría crucial, y no solamente por la victoria en Playa Girón y la declaración del carácter socialista del proyecto cubano. La Campaña de Alfabetización democratizó la enseñanza en prodigioso suceso cultural. El intercambio de Fidel con la vanguardia artística estableció políticas aún vigentes y propició la fundación de la UNEAC. Faltaba diseñar la estrategia revolucionaria en el deporte.
Y fue aquel 19 de noviembre, fecha en la que José Raúl Capablanca habría cumplido 73 años de edad. El Comandante en Jefe habló entonces de democratizar también la actividad del músculo, formar instructores que fueran a todas partes a descubrir al talento y desarrollarlo.
Fue un principio del tamaño de un templo que Fidel quiso compartir con el resto del mundo. Jamás la Revolución se robó un solo talento. Todo lo contrario. En Cuba se formaron deportistas de numerosos países. Se ha dado el caso de atletas cubanos que perdieron la posibilidad de medallas frente a deportistas extranjeros preparados fuera de las fronteras del archipiélago por técnicos nuestros.
Desde aquella intervención, se multiplicó la idea de que el deporte es un derecho del pueblo. “Si la Revolución se desentendiera de esa preocupación –dijo—estaría descuidando un punto fundamental, que hará posible, en el futuro, una ciudadanía más saludable y mejor, como aspiramos a tener”. Y habló del deporte como enseñanza en el esfuerzo, en la disciplina, en el trabajo en colectivo.
Fidel soñó crear en el país “un poderoso movimiento de educación física y deportes”. Y vivió lo suficiente para verlo realizado. Una práctica limpia, libre de dopaje. En este frente volvió a confirmarse la utilidad de la virtud del Maestro, aunque el consumo de sustancias prohibidas fuera práctica común hasta en países amigos.
En más de una ocasión, Fidel recomendó el empleo de las ciencias en función del deporte. En este punto, falta mucho por andar para resolver los problemas actuales, las serias depresiones en varias disciplinas. Nunca será posible pagarle un salario millonario a un atleta, como puede hacerlo el vecino poderoso.
Las soluciones pasarían sin falta por aquella visión del Comandante, de hacer seres humanos libres, sanos de cuerpo y de alma, con el espíritu espartano que él mismo ejercitó remontando montañas, cruzando ríos, donde el deporte y la guerrilla hicieron pactos de epopeya, con el abrazo y la corona de laurel como únicas divisas.