Estoy seguro que la historia de Cuba es una de las más bellas. Tal vez esté exagerando un poco, pero es que no dejo de sentir curiosidad y emoción cuando aprendo algo nuevo sobre ella. También tengo que reconocer que el taller literario “Corazón de Libélula”, al cual pertenezco, y mi maestra Lizbett, han contribuido, a sembrar en mí la pasión por la historia y la lectura, aunque es justo destacar que mis padres también me han estimulado a leer, pero a leer con detenimiento, para así comprender cada frase escrita por los diferentes autores.
Desde pequeño he leído varios libros, algunos más interesantes que otros, pero siempre encuentro alguna enseñanza. Llevo en mi mente y en mi corazón títulos como: “La edad de oro”, “Patriotas cubanos”, “Daniel y los cálices celestes”, “Malditas Matemáticas”, Cuentos de Guane”, “La culpa fue de Allan”, “Cuentos de Nato”, “Jícara de miel”, “¿Por qué la Revolución cubana?”, “El enigma de los corales”, “El principito”, entre otros. Sin embargo, disfruto mucho la lectura de libros relacionados con nuestra historia; me interesa mucho saber de los primeros pobladores, sus costumbres, de cómo se enfrentaron a los españoles en la lucha contra el exterminio. Además es interesante conocer acerca de nuestros héroes y mártires, de los hechos históricos sucedidos en las diferentes épocas.
La curiosidad sobre estos temas se hizo más fuerte con la lectura de un libro que llegó a mis manos gracias a mi papá. La primera vez que lo vi fue en el Hospital Pediátrico de Centro Habana, tenía ese día consulta con mi doctora y al llegar nos encontramos con varias mesas repletas de libros para vender. Recuerdo que mi padre cogió uno y dijo en voz alta: ¡La madre negra de Martí, el libro de la historiadora Josefina Toledo Benedit que tanto he buscado! Enseguida me llené de curiosidad: ¿Nuestro Héroe Nacional tuvo una madre negra?, le dije a mi papá y él, mirándome fijamente, contestó: si quieres descubrirlo, acompáñame en su lectura. Y así lo hice, leímos el libro, algunas veces juntos y otras por separado. Pero tuve la respuesta a aquella inquietud, respuesta que agradezco y que hoy me hace sentir orgulloso de conocer sobre la existencia de esa mujer y su vínculo con el Apóstol de nuestra independencia.
Su nombre es Paulina Pedroso, nació en Pinar del Río el 10 de mayo de 1855. Creció en el ingenio de los amos explotadores Hernández y Hernández, donde trabajó en el servicio doméstico. Negra esclava en proceso de alcanzar su libertad, contrajo matrimonio con el también esclavo manumiso Ruperto Pedroso, de quien obtuvo el apellido. A finales de la década de 1870, ambos emigraron en compañía de sus amos y otros esclavos a los Estados Unidos en condición de hombres y mujeres libres, ya que en esa época se había abolido la esclavitud en ese país. Allí, específicamente en Cayo Hueso, trabajaron duramente, reunieron el dinero suficiente que les permitió trasladarse hacia Tampa y comprar una vivienda que se convirtió en la casa de huéspedes donde se alojaron muchos revolucionarios cubanos.
En el libro aparece reflejado el inmenso amor que sentían por Cuba, Paulina y su esposo, quienes ansiaban la soberanía de su madre patria, sentimientos que profesaba José Martí, a quien conocieron durante un discurso pronunciado por él en el Liceo Cubano de Tampa, el 26 de noviembre de 1891. En este acto Martí clamó por la emancipación de su país y resaltó la importancia de los negros en las luchas revolucionarias al expresar:”… ¿le tendremos miedo al negro, que en los cubanos que murieron por él ha perdonado para siempre a los cubanos que todavía lo maltratan? Pues yo sé de manos de negro que están más dentro de la virtud que las de blanco alguno que conozco: yo sé del amor negro a la libertad sensata…” Desde ese momento los Pedroso se vincularon mucho al Hombre de la Edad de Oro, brindándole en su casa resguardo y calor revolucionario, pero también el amor que solo una madre sabe profesar.
Paulina fue la mujer que cuidó a nuestro Apóstol cuando intentaron envenenarlo en un banquete ofrecido en su honor en Tampa, el 16 de diciembre de 1892. Junto al médico revolucionario cubano Miguel Barbarrosa ofreció atención y mimos a Martí; puso en práctica los conocimientos heredados de sus ancestros carabalíes acerca de la medicina verde y restauró sus funciones digestivas con el empleo de plantas medicinales. Durante este tiempo Paulina lo acogió en su residencia, se convirtió en su enfermera de cabecera y lo atendió con cariño de madre.
Pero, ¿solo quedó aquí la ayuda brindada por Paulina al Maestro y a la causa revolucionaria? ¡Claro que no! Cuando los miembros del Partido Revolucionario Cubano necesitaron dinero para la lucha por la independencia de Cuba, Paulina y su esposo pusieron en hipoteca su casa y le dieron el dinero a José Martí, entregando así, el bien material de más alto valor en sus vidas. Este hecho demuestra el amor inmenso de Ruperto y su esposa por su patria, los deseos de verla libre y la confianza que le tenían al Apóstol.
El afecto que sintió Paulina por el más universal de los cubanos fue inmenso, hecho que demostró también el día en que unos espías al servicio de la metrópolis española fueron preguntando por él a la casa de huéspedes y ella con energía les contestó que no estaba allí, pues temía que le hicieran daño o lo asesinaran. La muerte de Martí en Dos Ríos, el 19 de mayo de 1895, afectó mucho a los Pedroso; muy triste, Paulina publicó en un periódico de la época: “Martí, te quise como madre, te reverencio como cubana, te idolatro como precursor de nuestra libertad, te lloro como mártir de la patria. Todos, negros y blancos, ricos o pobres, ilustrados o ignorantes te rendimos el culto de nuestro amor”. Fue evidente el sentimiento de madre que ella tuvo por el Maestro y que hoy muchos desconocen. Es una parte importante y hermosa de nuestra historia.
Poco tiempo después de la muerte de José Martí, Paulina regresa a Cuba y vive el resto de sus años en La Habana, sumida en la pobreza, casi ciega y olvidada. Los ideales de libertad y justicia social que aprendió de José Martí no se llegaron a cumplir, pero ella siguió amando, desde su soledad, a quien le enseñó a querer con más fuerza su amada Isla. En su muerte producida el 21 de mayo de 1913, Paulina fue enterrada junto a la bandera cubana y a una foto obsequiada por Martí, en la que por su parte trasera nuestro apóstol escribió: “A Paulina, mi madre negra”.
A grandes rasgos, esta es la historia de una mujer de gran importancia para nuestra patria. Lamentablemente muchos cubanos ignoran su existencia, lo que he podido comprobar en conversaciones con pioneros y maestros de mi escuela. ¿Cómo es posible que esta patriota no aparezca en nuestros libros de texto? ¿Cómo es posible que no se divulgue su relación con Martí y sus aportes al Movimiento Revolucionario Cubano? Creo que no se ha sido justo con ella. Leer “La madre negra de Martí”, me ha hecho comprender la importancia de estudiar a profundidad todos los hechos ocurridos en nuestro país, donde siempre aparecerá alguna mujer o algún hombre dignos de recordar, de plasmar en las páginas de la historia. Ojalá que lo que escribo contribuya a engrandecer a esta cubana descendiente de africanos, justa en sus acciones, solidaria en sus actos, inmensa en su amor de madre.
Durante gran parte de sexto grado, este valioso libro estuvo en mi mochila, probablemente sucederá lo mismo en la secundaria, pues cada vez que leo algunas de sus hojas, admiro más a su protagonista y me siento orgulloso de ser de esta tierra caribeña, compatriota de una mujer que luchó por la igualdad y los sueños de independencia, de una mujer que quiso a nuestro Apóstol como un hijo y que se merece un lugar importante en nuestras vidas.
Bibliografía:
Benedit, J. La madre negra de Martí. Casa Editorial Verde Olivo, La Habana, 2009.