El lajero José Raúl Almenares Peña interrumpe cada día el delicioso sueño del amanecer para adentrarse en esa aventura mágica de la creación y la naturaleza.
Luego de un desayuno sano y una taza de café sube a su bicicleta y recorre las calles de la capital de Mayabeque hasta llegar a las céntricas Cuatro Esquinas en la avenida 47 donde radica su local arrendado: Floristería Casa Verde.
Al llegar a este espacio comienza con las labores organizativas para mantener la belleza del establecimiento y asegurar los pedidos del día. Buen tiempo le dedica a elaborar preciosos adornos florales, a revisar el estado de sus orquídeas, cactus y suculentas y a la confección de tarjetas postales y accesorios para el acompañamiento de los obsequios.
José como todos cariñosamente lo llaman complace a sus clientes con productos auténticos creados a partir de la técnica de cerámica fría y la utilización de envases reciclados. A través de las creaciones demuestra su exquisito gusto y saca de apuro a más de un novio retrasado en la compra de un regalo.
Tras horas de empeño se toma un descanso obligatorio y abandona la Casa Verde para hacer esa visita necesaria a solo pasos de su negocio.
Una señora de cabellos blancos lo recibe con la mejor de las sonrisas. Su progenitora le prepara la merienda mientras le comenta de sus hermanos y de deliciosas recetas.
Entonces cruza la puerta grande y se dirige hacia el patio, ese que mi memoria no olvida dada la belleza de su pequeño estanque de peces y sus alrededores colmados de variedades poco conocidas.
Regresa con las energías renovadas a la floristería y continúa fabricación y la venta de objetos.
Hasta las cuatro de la tarde permanece en esa aventura mágica donde siempre pretende complacer a sus clientes, proporcionarles cultura de jardinería y floristería, así como oxigenar sus ojos y cada corazón.
José regresa a su bicicleta con una sonrisa. En su viaje a casa reinventa proyectos que comparte con la almohada con la certeza de que al salir el sol muchos se materializarán en su Casa Verde.
