Su nombre vivirá por los siglos, y con él su obra

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El homenaje a Karl Marx resulta usualmente un texto de ladrillo, facturado por quienes se consideran sus más legítimos herederos: los comunistas. Nada más injusto e improcedente cuando sus escritos, si bien es cierto que son duros y hasta de combate, conservan el suficiente candor como para ser piezas literarias ejemplarmente pensadas y estructuradas. Aunque ya transcurrieron más de 200 años del nacimiento del Moro de Tréveris, el hombre no deja de ser un compañero de viaje para los revolucionarios del mundo, obra de consulta incluso para sus adversarios ideológicos de cualquier tiempo.

No se puede decir que Marx esté de moda, y ni siquiera existen evidencias de que eso ocurra. Pero a ratos, en cada crisis cíclica del capitalismo, las academias vuelven al pasaje centenario, cobra aliento nuevo la idea de la emancipación del trabajo, hasta parecen estremecerse las calles de tantas partes del mundo, al calor de las demandas obreras. Él mismo, que en imagen formidable describía al comunismo como un fantasma que recorría a Europa, termina siendo esa especie de duende maldito que asusta y que promueve discusiones sin fin. La Utopía se alejó en el horizonte, la revolución proletaria supone el más remoto de los sucesos previsibles, pero la profecía marxista no se desdibuja con el paso de los años.

El Manifiesto del Partido Comunista, concebido a cuatro manos con su amigo Friedrich Engels, tiene inobjetablemente el sello personal de Marx. Aquella efigie del fantasma no debió de ser la única metáfora posible del Moro en la redacción conjunta con el amigo. Seguramente que son enteramente suyas aquellos cuadros conmovedores de proletarios de todos los países que rompen definitivamente sus cadenas, hombres de taller y humildad que obran tal vez desde la más acendrada cultura política, y que ganan el mundo de una vez y por todas.

Marx sigue siendo reclamo de creatividad para la lucha. Los catedráticos de la revolución hasta aconsejan una mirada marxista para él mismo. Únicamente así se le conecta a la trascendencia perenne y hasta levantarlo de aquellas percepciones controvertidas, como cuando escribió a favor del despojo norteamericano contra México, por considerarlo un paso de desarrollo interior del capitalismo, y consiguientemente, acelerador de sus contradicciones a favor del triunfo de los obreros. O cuando redactó su biografía de Simón Bolívar, hija de un eurocentrismo irremediable y de una predisposición enorme contra El Libertador de las Américas.

José Martí lo pintó con las mejores luces, y hasta con encantadoras sombras, donde el mérito reconocido es haberse puesto del lado de los débiles. La concreción del advenimiento comunista parece lejana, y sin embargo nada más real y tangible que el augurio de su amigo Engels ante la tumba de Marx: “Su nombre vivirá por los siglos, y con él su obra”.

 

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