Sindicato de la Cultura: salvar, reunir, luchar

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Surgió el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Cultura (SNTC), en un punto de inflexión en el universo cubano de los creadores y del pensamiento. Los años precedentes –no lo dude nadie—fueron particularmente difíciles, duros, dolorosos. Era preciso asociar aquella base de pueblo, a la manera de Martí: el trabajo digno, honrado e ilustrado.

El ensayista Ambrosio Fornet acuñó para la historia aquello del quinquenio gris, que para algunos fue realmente más largo, de repercusiones multiplicadas en el tiempo quién sabe hasta cuándo. Luego entonces, la congregación de un gremio, debió de plantearse (explícitamente o no) la tarea de curar heridas, de restaurar espíritus.

El calendario fija la fecha exacta: el 7 de septiembre de 1977. El Sindicato se inscribió en un año anunciado explícitamente como de la institucionalización del país. La propia constitución del Ministerio de Cultura se integró en ese proceso. En ese sentido, el SNTC supuso la contrapartida necesaria, con un lugar para la unidad y para el trabajo, dos condiciones que –de paso—contribuyen sin falta a remontar errores y a reparar cualquier empresa humana.

El tiempo transcurrido cristaliza en una cultura laboral, donde cada quien crece en el ejercicio de sus derechos y deberes. Desde esa actitud continuada, el Che soñaba con hacer el hombre nuevo. Y para Martí, era la cultura la premisa indispensable de libertad. Está literalmente expresado en su evangelio: “Ser culto es el único modo de ser libre”.

A pesar de insatisfacciones y de precariedades, el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Cultura continúa su tarea ecuménica, como acaso se la planteó desde el principio. En sus estructuras aparecen la creación artística, la investigación, la promoción, la comunicación. El proyecto numeroso reparte los nombres de tanta gente indispensable que aún funda a la nación cubana, en sus desafíos permanentes en la guerra de pensamiento que el destino le encargó.

Guarda un hermoso simbolismo el nombre de Raúl Gómez García, para reconocer el trabajo de sus asociados. Se trata del compromiso con el tiempo, del altruismo, de la disposición –como el héroe del Moncada—que le confirmó nuevamente a la poesía un lugar en el combate.

No está bien que la inercia, o la rutina, o las coyunturas complejas, desdibujen el papel del Sindicato. Alguien dijo que quien olvida brumas del pasado, corre el riesgo de sufrirlas de nuevo. La cultura –recordaba Hart en un artículo memorable—distingue esencialmente al género humano del resto del mundo animal. Es la condición para transformar para bien el planeta, en este minuto particularmente difícil y confuso que vivimos.

Y desde su presencia, el Comandante en Jefe extiende el reclamo –tal vez para siempre—de salvar primero a la cultura. En el instante de otro aniversario del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Cultura, la labor fundamental sigue siendo salvar lo cubano, reunir y saber el universo desde la inconformidad y la lucha.

 

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