En cambio Herminia, pese a sus más de 60 años exhibe aún esa habilidad para acariciar futuro, el verbo convincente, la pedagogía a flor de piel y la ternura como instrumento fundamental para instruir y educar.
Su estatura impresionante se doblega ante los infantes cual si fuera uno de ellos; puede saltar, jugar y regalar carcajadas y aplausos para estimular un buen desempeño de sus discípulos. Entre ellos esta educadora es feliz.
Para eso nació, me cuenta, mientras contiene sollozos de emoción, la que en mis primeros años de vida dirigiría también mis pasos en el camino de la educación.
Con la jubilación llegó el merecido descanso pero un aura de tristeza me embargaba hasta quitarme la respiración… mi vida se nutre de la risas de los niños, de sus travesuras, de ese cariño sincero que trasmiten con un besoo un te quiero seño, no pude resistir la ausencia de mis pequeños y regresé, – me confiesa.
Hoy, treinta años después de que aquellas lozanas manos me guiaran y con magistral desempeño avivará en los pequeños de entonces el ansia de aprender;Herminia, canta, danza y narra cuentos para las nuevas generaciones que ahora encamina con el mismo deseo y con su invariable sonrisa.
Enseñar es un arte, la vocación es vital para ello pero también el amor y es ese sentimiento el que habita en Herminia Varela Rosales, una educadora que a diario regala la mejor sonrisa y vive a plenitud esa hermosa experiencia de empinar a los pequeños que llegan al Círculo Infantil Dulce Sonrisa.