Como siempre, el calendario supone recuento. Ramiro Guerra Sánchez nació el 31 de enero de 1880 en Cafetal Jesús Nazareno, una barriada que la costumbre fija en Batabanó, en la actual provincia de Mayabeque. Aquellos confines serían escenario de la acción mambisa, primeramente de las tropas al mando de Antonio Maceo, y en otras ocasiones de la Cuarta Brigada Sur de La Habana.
Es casi seguro que esas páginas debieron de influir en la actitud del joven Ramiro, a quien se le reconoce su colaboración con la causa independentista de su pueblo. Y como la raíz misma de lo cubano, en él convivieron desde el principio el patriotismo y el magisterio. El estudiante del Colegio de la Luz de Batabanó, fue luego a la cátedra, a crear, a fundar, a soñar.
Y ganó prestigio en ese difícil oficio de instruir y de sensibilizar en un tiempo tan duro, cuando el extendido analfabetismo hacía creer imposible cualquier empeño. Llegó a ser superintendente de las escuelas existentes en el país. Al unísono, creció el intelectual, el hombre de calado profundo en la investigación en varias disciplinas a la vez.
Generalmente, se le dispensa el título de historiador, pero es bien sabido que el oficio de la memoria precisa la búsqueda transdisciplinaria, una justa bitácora de saberes. En su hoja de servicios, aparecen numerosos reconocimientos de instituciones cubanas y de organismos internacionales.
Fue Secretario de la Presidencia en el gobierno del general Gerardo Machado Morales, y director del periódico El Heraldo de Cuba, defensor del sátrapa. Como se sabe, su casa en La Víbora y el edificio del rotativo en Manrique y Virtudes, fueron blanco de la ira popular tras la fuga del tirano el 12 de agosto de 1933. Pero como bien se aclara una y otra vez en biografías y referencias, ni aquel cargo eventual ni la reacción de la gente, le colocó el más mínimo sesgo en su formidable obra de pensamiento al servicio de Cuba.