Desde tiempos inmemoriales los seres humanos nos hemos enfrascado en luchas sangrientas por disímiles motivos. Muchos personajes, tristemente célebres, han intentado dominar el mundo sin medir consecuencias. Las ansias de poder, la discriminación, la ocupación de territorios, el gobierno sobre los recursos naturales, el desprecio hacia los semejantes han prevalecido, y la humanidad ha sufrido las consecuencias.
Julio Cesar, Alejandro Magno, Napoleón Bonaparte, Adolfo Hitler; son apenas varios ejemplos de hombres que pasaron a la historia universal como grandes conquistadores, frente a numerosos ejércitos destruyeron todo a su paso, dejando una estela de muerte y sufrimiento. Asesinatos, esclavitud, dos guerras mundiales, dos bombas atómicas, conflictos armados en cada continente y odio por los que piensan o practican religiones diferentes es el panorama real de un mundo que jamás conoció de paz entre los hombres.
¿Acaso la humanidad no ha comprendido, luego de siglos de batalla, que la continuidad de la especie está en peligro? ¿Será innata esta tendencia autodestructiva? La pandemia de la gripe española en 1918 y sus 50 millones de víctimas nos mostró lo frágiles que somos frente a la naturaleza y aun así continuamos sin entender la importancia de preservar la vida.
Hoy otra epidemia azota el mundo, una vez más somos presa de la incertidumbre y la desesperación. Como si la vida fuera cíclica y nos ofreciera otro escarmiento mortal y la oportunidad de reflexionar acerca de lo que hemos sido en contraposición con lo que debemos ser. La COVID 19 es un enemigo que no discrimina, no le importa las riquezas ni las ideologías. No le preocupa las fronteras, no sabe de sexo o raza, no es ególatra u orgullosa; simplemente se expande y mata.
Es momento de aferrarnos a la vida y cambiar el mundo. Es tiempo de ser verdaderos seres pensantes, es tiempo de fraternidad ¿Aprenderemos la lección? Espero que sí, solo necesitamos ser menos egoístas y más humanos.
