Lezama: sembrar la selva fértil

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Una selva de imágenes a la vera de un río profundo, de vados difíciles, constituye el universo literario de Lezama. Algún juicio apresurado y hasta simple pudiera encasillarlo en una tendencia barroca del siglo XX, cuando se trata de una mirada recreada de la enorme cosmovisión de un escritor.

Luego entonces, aquella lacónica nota sobre su deceso en agosto de 1976, tampoco supo corresponderse con el continente pródigo de erudición y de propuestas creadoras. El escritor vivía entonces sus horas bajas de un quinquenio gris, por suerte abocado a su ocaso, y se intentaba rebajar la obra de una vida entera en el minuto de la muerte.

La partida de José Lezama Lima el 9 de agosto de 1976 estaba planteando, en todo caso, la necesidad de un nuevo regreso, en el tributo o en la irreverencia; pero era preciso que volviera. En ambas formas llegó de nuevo para bien de la cultura cubana, para bien de cada hombre y mujer en la disposición de crecer, de ser plenamente libres por la voluntad de cultivarse.

Fue saludable verlo regresar en el boom plástico de los años 1980.  Jóvenes artistas conquistaron literalmente las calles con performances e instalaciones donde animaba la buena estrella de Lezama. Pocas veces una transposición o una intervinculación en el arte, fue tan instructiva como de tanta participación de los sujetos.

Lezama inspiró no solo a nuevas generaciones de poetas, de narradores, de ensayistas cubanos, sino que su obra cristalizó en otras manifestaciones. Dador aparece en el repertorio de Danza Combinatoria. La muerte de Narciso está en el del Ballet Nacional de Cuba. El trabajo escénico interactúa con claves de la plástica y con el discurso heroico del sujeto lírico. El Viajero Inmóvil, como lo asume el cine, sigue sembrando aquella selva fértil, para que los suyos tengan material suficiente para saber y transformar al mundo.

 

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