La Roma Americana desde las crónicas de José Martí

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Cien años después de la Declaración de Independencia de las entonces Trece Colonias británicas, llegó el profeta a aquellas tierras del Norte para que el verbo hallara nueva lumbre. La Nueva York de entonces parecía guardar las claves todas del desarrollo capitalista, y aquella palabra encendida, prodigiosamente iluminada y hermosa, se convirtió en canon de descubrimiento de un país entero. Y desde ese tiempo resultó un clásico literario las Escenas Norteamericanas de José Martí.

A su amigo Fermín Valdés Domínguez le habría dicho “A Cuba iremos a morir”. A su discípulo Gonzalo de Quesada le entregó el Apóstol aquella bitácora de crónicas que devino Testamento Literario. Además de significar las entrañas de aquella nación, en ese conjunto de trabajos habita la advertencia. Aquel ímpetu de los Estados Unidos, deslumbrante y casi mágico, derivaba en imperialismo.

José Martí logró captar más por el registro ético que por el análisis tradicionalmente científico, la debacle espiritual del imperio emergente. Semejante vecindad preocupaba al héroe: aunque horas antes de su heroica muerte en combate dijo que había sido una tarea en silencio, y como indirectamente, en aquella vasta obra sobre los Estados Unidos (dispersa por periódicos de países distintos), aparece siempre la angustia de caer ante la expansión norteamericana.

En ese proceso de conocer bien las entrañas del monstruo, creció la espiritualidad martiana. Es casi seguro que el mejor ejemplo fue el cambio de percepción sobre los sucesos de mayo de 1886 en Chicago. En un principio, José Martí fue particularmente crítico de los obreros y de los líderes anarquistas acusados de un ataque con bombas a la policía. Sus fuentes eran los reportes de la prensa, especialmente virulenta contra la causa de los trabajadores. Pero su conocido sentido de la justicia fue obrando hasta concebir un cuadro exacto y justo de la verdad.

Por las Escenas Norteamericanas transitan personalidades que confieren las distancias y el tiempo de un país, pero de un casi perfecto equilibrio. Aparecen con sus luces y con sus sombras, para que no falte razón y argumento a la hora de entender a los Estados Unidos. Y es una lista impresionante de próceres, de poetas y de bandidos, como bien apunta un compendio del Centro de Estudios Martianos. Y para explicar la pobreza moral de la nación, recuerda el capítulo de Jesse James, asesinado por un ex compañero de correrías, a quien se le pagó una recompensa para cometer el crimen.

La expansión a cualquier costo, el matonismo con dinero mediante que, como se sabe, remontó las propias fronteras de la nueva Roma, siguió siendo divisa de un país que a la hora de declarar su independencia el 4 de julio de 1776 en el Segundo Congreso Continental de Filadelfia no halló otro nombre que Estados Unidos de América. Martí lo calificó horas antes de su partida definitiva como el norte revuelto y brutal que desprecia a los pueblos de la otra América, la Nuestra.

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