La cultura cubana: los desafíos no desaparecen

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Jamás se disiparon los desafíos para la cubanidad. Y tal vez sea  por esa condición de estar en las fronteras del idioma y de lo nuestro americano, independientemente de que la post-modernidad y la globalización desdibujen los límites geográficos. Pero fue la cultura la que nos confirió alma y rostro desde el principio, y al mismo tiempo razones para enfrentar los retos.

Si fuimos a la lucha hace 152 años fue precisamente por eso, porque en costumbres, en emociones, en idiosincrasia, éramos ya otros en relación con el ente peninsular, aunque para el completamiento del ensayo determinen las coyunturas sociales, económicas y políticas.

Se verificó por estas tierras un proceso de transculturación, para el parto de un pueblo nuevo. No sorprende que la canción signifique glorias pasadas. (La Bayamesa, de Céspedes, Fornaris y del Castillo, cuenta literalmente de eso.) Tampoco que ese sentimiento abriera su corazón a una marcha de combate, a un suceso ciertamente musical, donde se describe el orgullo de la Patria que nace, ante el sacrificio de sus hijos. En el Bayamo insurgente, el Himno devino pertenencia colectiva, causa compartida.

Y como en las sagas sagradas, aquella convicción se abonó dramáticamente con la propia sangre de su autor, consecuente y firme hasta el final de sus días. Claro que eso define la grandeza de esa música.

Es posible que por esa razón conmueva tanto. Perucho Figueredo escribió que “morir por la patria es vivir”. Fue de los primeros en la clarinada del peligro, y gravemente enfermo enfrentó la muerte ante un pelotón español de fusilamiento en Santiago de Cuba. Nada pudo asesinar a un símbolo, y allí cobró emociones nuevas ese canto repartido donde se reclama no temer a una muerte gloriosa.

Y cuando el evangelio grande del Apóstol reclamó ganar a pensamiento la guerra mayor que se nos hace, es porque como nadie, supo leer en las criptas de lo cubano la capacidad de superar cualquier prueba posible. Y en la cultura cifró sus más nobles esperanzas: “Ser culto es el único modo de ser libre”. No escribió que fuera una entre tantas alternativas, sino la única.

El vecino poderoso ha ensayado contra el archipiélago rebelde todas las variantes posibles. Incluso la Administración Obama, confesó –habrá que agradecerle su sinceridad—que lo que no se logra por la fuerza, puede hacerse con la tentación. Y como un péndulo terrible, el inquilino actual de la Casa Blanca ha llevado el cerco a situaciones esquizofrénicas.

Los Estados Unidos nos dispensan una industria del entretenimiento, y hasta nos proponen una soberanía limitada por convivir en su entorno geopolítico. Como los desafíos no desaparecen, vuelve a ser la cultura lo primero por salvar, esa que late en la disposición de millones de seguir siendo lo que somos, como dice el Himno glorioso, libres de cadenas, de afrentas y de oprobios.

 

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