Los mejores estudios sobre el nacionalismo contemporáneo retomaron el enfoque de Lenin. Utilizaron esa referencia para evaluar el sentido de esa corriente política en distintos países y coyunturas. El importante trabajo de Eric Hobsbawm se inspiró inicialmente en la mirada del líder bolchevique, distinguió las distintas variantes de la matriz nacionalista y evaluó su conexión con el proyecto socialista.
La principal dificultad para caracterizar a esos movimientos nunca radicó en la comprensión de sus raíces. El gran enigma siempre estuvo centrado en su calificación política, como procesos positivos o negativos para la emancipación de los pueblos. El primer Hobsbawm resolvió ese dilema en forma acertada, destacando la potencial convergencia o discordancia de esas corrientes con el horizonte socialista.
El renombrado historiador recordó, ante todo, que la mirada marxista es internacionalista y por lo tanto crítica del nacionalismo, pero, señaló también la inexistencia de meras contraposiciones entre ambas posturas. Resaltó la compleja variedad de entrecruzamientos, que Lenin conceptualizó en su distinción del nacionalismo reaccionario, burgués y revolucionario. Con este fundamento señaló que los marxistas amoldan con criterios pragmáticos su evaluación de las demandas nacionales, en función de un proyecto socialista rector.
Este acertado enfoque presupone la primacía analítica de la clase y no de la nación como criterio orientador. La nación es vista como un proceso construido, en estrecha relación con los intereses de las clases dominantes, los conflictos entre las potencias y las confrontaciones con las masas populares. Esas tensiones determinan la dinámica de cada nacionalismo.
Los textos que Hobsbawm escribió para fundamentar el carácter ¨fabricado¨ de las naciones fueron articulados en torno a esa lógica clasista. Su atención a la alfabetización, el sistema educativo, la burocracia, el servicio militar y el universo simbólico siguió ese razonamiento, que jerarquiza el ideal comunitario socialista sobre las metas o creencias nacionales.
Hobsbawm adoptó la óptica de Lenin para observar los movimientos de autodeterminación nacional y para convalidar su validez en los casos de raigambre legítima y sostén popular, pero, remarcó al mismo tiempo la conveniencia de soluciones federativas superadoras de la mera fragmentación fronteriza. Señaló que esa asociación era más congruente con el rumbo socialista que la multiplicación de las divisorias nacionales.
Con ese enfoque objetó tanto el rechazo cosmopolita de cualquier nacionalismo, como la reivindicación acrítica de esos movimientos. Propuso valorar cada caso, sin prejuzgar aprobaciones y rechazos, observando si enlazaban o contrastaban con la construcción de sociedad poscapitalista. Utilizó esa brújula para conceptualizar la historia de la nación y del nacionalismo en las últimas dos centurias, resaltando la gran plasticidad de ambas configuraciones. Notó que esa adaptabilidad explica su persistente atractivo en períodos tan prolongados.
El gran historiador del siglo XX estudió la contradictoria dinámica que generó la multiplicación de Estados nacionales al compás de la descolonización. Esa fractura de territorios en dos centenares de países trastocó el mapa de posguerra, revirtiendo el principio previo de inviabilidad de las estructuras geográficas pequeñas. Esa mutación expresó la derrota de los decadentes imperios de Occidente, pero convalidó también el sometimiento de los nuevos países a la dependencia económica y a la soberanía formal imperantes bajo el capitalismo contemporáneo (Machover, 2016).
Identificó ese desplome con la desaparición de las expectativas en alguna proximidad del socialismo y esa constatación lo indujo a modificar su mirada del nacionalismo. Tendió a observar a ese movimiento como un bloque más uniforme y desfavorable para los proyectos populares. Descartada cualquier convergencia con el proyecto socialista, ya no registró los aspectos positivos de esas corrientes que había notado en el pasado.
Pero en realidad, su propio distanciamiento del ideal comunista precedió al desplome de la URSS y estuvo signado por crecientes aproximaciones a la socialdemocracia y a las vertientes más conservadoras del eurocomunismo (Piqueras, 2013). Frente al caso latinoamericano acentuó sus críticas al Che y sus objeciones a la estrategia expansiva de la revolución cubana, revalorando la política de compromisos con las clases dominantes que auspiciaba Lula (Roth, 2018).
Con ese registro diagnosticó en la última década del siglo XX el declive general del nacionalismo. Estimó que esa fuerza ya no operaba como un vector del cambio histórico y atribuyó esa decadencia a la creciente impotencia del Estado-nación frente a la globalización
(Hobsbawm, 2000a: cap 6). Destacó que la mundialización de las relaciones económicas y políticas tornaba inviable la acción efectiva de los pequeños estados y subrayó la paradójica incompatibilidad de esa impotencia con la multiplicación de esas entidades.
Esos razonamientos ratificaron la presentación contemporánea de ese movimiento como una rémora del pasado y afianzaron un diagnóstico de su impronta invariablemente conservadora. También resaltaron el contraste de la xenofobia contemporánea con el nacionalismo liberal de principio del siglo XIX (Hobsbawm, 2000b). Señalaron que ese último antecedente estaba exento de requisitos etnolingüísticos de homogeneidad y recordaron que esa tradición fue retomada por el anticolonialismo de Gandhi, Nehru y Mandela.
Con ese rechazo frontal del nacionalismo contemporáneo, Hobsbawm reforzó sus simpatías por las soluciones federativas a todos los diferendos nacionales, en creciente sintonía con la tradición austro-marxista. Ponderó la mirada de Bauer, que enaltecía la convivencia de los distintos grupos nacionales albergados por el imperio austro-húngaro. Esa reivindicación empalmó con su propio apego a la formación multiétnica de Gran Bretaña, amenazada por el despunte de nacionalísimos contrarios al enlace forjado por el Reino Unido.
El punto culminante de esa misma tendencia se verificó en el Brexit del 2016, que se impuso electoralmente con banderas de recuperación de la gloria pasada de Inglaterra (Sassoon, 2021).
El erróneo diagnóstico de Hobsbawm fue refutado por varios críticos. Uno de sus principales objetores detalló el carácter complejo y diverso del renacimiento nacionalista. Señaló que numerosas poblaciones buscan en esa referencia formas de protección del viejo estado, frente al arrollador atropello que introdujo la globalización neoliberal (Lowy, 1998).
Esa desorientación confirmó la centralidad del ordenador propuesto por Lenin para evaluar la problemática nacional.