Fucik: La prioridad del Día Internacional del Periodista

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Julius Fucik fue ejecutado el 8 de septiembre de 1943, tras ser condenado a muerte por un tribunal fascista en Berlín. Ahora, en otro aniversario de su asesinato, bien valdría la pena regresarlo en la utilidad perpetua del paradigma, conocer cada capítulo de su existencia y, sobre todo, la obra periodística que dejó.

En sus notas escritas en la prisión, el célebre comunista nacido en la Praga austrohúngara de 1903 alude a sus ensayos de tema artístico-literario, a sus artículos de crítica teatral. No parece considerarlos de suficiente calado, pero los siente queribles y de alguna manera los valora justamente como su legado en el orden de la creación.

Tras la caída del socialismo en la Europa del Este, el tsunami anticomunista no solamente excomulgó post mortem al hombre. Lo condenaron a la nada, a ser ninguno. Sus enemigos, que coincidentemente son nuestros adversarios también, se aventuraron a decir incluso que no existió, que el Partido Comunista de Checoslovaquia se lo inventó todo para tener un héroe que no poseía. La reacción volvía a asesinarlo.

Pero las fuentes históricas de todo el espectro ideológico posible, documentaban la vida de Julius Fucik como para negarla de un borrón. Y entonces, la campaña para desvirtuarlo se enfocó en su probada solidaridad con la Unión Soviética. Como se sabe, desde el prisma de los enemigos del socialismo, ser comunista en aquellos años, equivalía de antemano a ser culpable de las denominadas “purgas stalinistas”.

Numerosas generaciones de reporteros cubanos crecimos con el Reportaje al pie de la horca. Desde hace mucho tiempo, trascendió la historia de un párrafo del libro que la viuda de Julius, Gusta Fucikova, de acuerdo con las autoridades checoslovacas de postguerra, quitaron del texto. En esas líneas, el periodista habría escrito: “Esperaban mucho de mi confesión, así que…”confesé””.

Por cierto, ese verbo confesar conjugado en pretérito se encuentra entre comillas, según quienes lo descubrieron. Julius Fucik habría continuado: “Cómo confesé, se podrá leer en mi expediente”. Algún que otro acercamiento al tema, llega a admitir que el periodista checoslovaco tejió una historia creíble a la Gestapo, para alargar su vida. ¿Resta eso un átomo de heroísmo al hombre que se atrincheró en la lealtad a los suyos ante la brutalidad fascista?

Una edición crítica salvaría ese trance de censura pasada. ¿Existe o no el expediente? No hay, por lo visto, la más mínima traza de traición, de ningún compañero entregado por el periodista. Todo lo contrario. Julius Fucik expone el cuadro de un ex camarada suyo, Mirek. Como bien precisa el Reportaje… ambos fueron detenidos la misma noche de primavera de 1942 en la casa de los Jelinek.

El tal Mirek aparece como un hombre fogueado en grandes pruebas anteriores, como la guerra civil española, la permanencia en un campo de prisioneros en Francia, y que ahora –dice—palidece bajo la vara de un agente de la Gestapo. Evidentemente, fue convencido por la policía nazi de la presunta muerte de Fucik inmediatamente después del arresto, y al creer que no tendría que rendir cuentas ante nadie, se dispuso a colaborar efectivamente con el enemigo. Por el Reportaje al pie de la horca, el traidor tendrá que rendir eternamente ante la historia.

Pero lo imperdonable es que abandonemos a ese mártir del periodismo revolucionario, que lo dejemos en tierra de nadie. Patria y el Día de la Prensa Cubana nos confieren un contenido raigal de identidad. El Día Internacional del Periodista, por su parte, bien podría ser jornada de reencuentro sin fronteras, para articular hasta una conciencia de solidaridad ante los crímenes y peligros que enfrentan colegas en tantas partes.

Son imprescindibles los consensos para una globalización de la resistencia. El 8 de septiembre nos conecta invariablemente con la tragedia personal de Julius Fucik, ahorcado alevosamente aquella madrugada en que la guillotina no pudo funcionar, y que no merece esa otra muerte por el olvido de sus compañeros de ideas.

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