Conocer de su muerte fue como un disparo que me atravesó el alma. Y aunque en las noticias las frases “se fue” o “ya no está” ni siquiera se mencionan o se subrayan como se hace comúnmente en eventos de esa naturaleza, lo cierto es que la pena me embarga porque se trata de Fidel, y Fidel es Cuba, es la humanidad.
El Comandante siempre me pareció un ser casi mágico y quizás por esa razón solía destellar en todo cuanto me rodeaba, en mis juegos, la escuela, mi casa, los libros y las lecciones que me fortalecieron desde que era una niña.
Primero hay que soportar dos o tres orugas si quieres conocer las mariposas, es una de las grandes enseñanzas del Principito que siempre me recuerda a Fidel.
Y es que su resistencia y su valor fueron dos de los principales atributos que lo distinguieron hasta el punto de convertirlo en un ser insoportable para los malos y maravilloso para los buenos.
Desde la lupa de mi infancia así lo vi, pero no desde abajo, sino desde su misma altura porque él era el amigo, el padre, el compañero.
Talmente parece que la vida urdió una serie de acontecimientos alrededor de Fidel con el propósito de preparar a su pueblo para lo que ocurriría el 25 de noviembre de 2016, a las 10:29 de la noche.
La celebramos su 90 cumpleaños por todo lo alto con la firme certeza de que su permanencia física se extendería por mucho tiempo más… y ahora esto.
Me quedo desarmada ante el estado natural de las cosas: nacer, crecer… morir. Y después de resistirme a la verdad, pienso en Martí quien me advierte desde su tiempo que la muerte no es cierta cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.
Entonces, definitiva y afortunadamente Fidel permanece y lo veo en las carátulas de los muchos libros que me miran desde los estantes de mi casa. Siento su sabor en el café que me conforta y estimula cada mañana, y ahora mismo mientras escribo su nombre.
Él tiene que ver con en la felicidad que siento al ver a uno de mis hijos marchar al trabajo y al otro, desde la inocencia de sus cinco años, tomar su desayuno y alistarse para otro sábado de juegos.
Permanezco golpeando las teclas, armando las palabras, construyéndole a Fidel un homenaje diferente en este día distinto. Pero siento que no encuentro la frase exacta, porque no es una despedida, tampoco un rencuentro.
Es más bien el asombro de asistir a este momento como lo haría un campesino al día de su cosecha. Así que lo que florece en todos partes y por todos los medios los muchos frutos de la bondad y el humanismo que el líder de la Revolución cultivó en su Isla querida y en el mundo.
Su nombre es esa historia extraordinaria sin fin y es también la más hermosa canción de amor que seguiremos contando y cantando para hacer mejores los tiempos que vendrán.
Ahora me prohíbo las lágrimas, porque más bien me alegro, repito, por tener a Fidel hoy y para siempre.