Murió Fidel. Esa fue la noticia que me despertó a las cuatro de la madrugada de este 26 de noviembre. Murió Fidel y no pude detener el asombro, el dolor en el pecho y hasta las lágrimas.
Encendí la televisión. Telesur tenía una programación dedicada al siempre Comandante en Jefe con informaciones relacionadas a la repercusión internacional de la noticia y mensajes de condolencias de diferentes personalidades del mundo a nuestro pueblo.
Murió Fidel y cambió la dinámica de la vida. Entonces recuerdo a esa palabra viva, encendida, a ese comunicador extraordinario, a ese periodista excepcional, al luchador incansable, al amigo, al estadista, al presidente, al padre de los cubanos.
En la Asamblea Nacional del Poder Popular, el 24 de febrero de mil 998, Fidel Castro afirmó: Suponer que la muerte de los individuos puede liquidar la obra de un pueblo, de una Revolución y de generaciones enteras que se han sacrificado es ridículo, es realmente ridículo”. Ciertamente no se equivocó. Él también supo formar un pueblo, inculcó el patriotismo, formó con su ejemplo a varias generaciones de cubanos que hoy estamos preparados para continuar su obra.
Y es que Fidel es Cuba. Su mano poderosa, su amor desmedido está en cada tarea, en cada epopeya. En la Campaña de Alfabetización de la que por estos días conmemoramos sus 55 años, en la Reforma Agraria, en la independencia de la mujer, en la posibilidad que tenemos todos de disfrutar de los mismos derechos.
Murió Fidel y aún no lo creo. No había preparado mi dolor aún para ese momento; pero me salta en el corazón el deleite de decir: Gracias, Fidel por tu ejemplo!