El odio contra la cultura

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El odio miamense cruza mares a la manera ya conocida de la cacería de brujas, para boicotear la gira de Buena Fe por Europa. Generales de micrófono y butacón, en su mayoría asentados en el sur de La Florida en los Estados Unidos, reclaman a sus tropas en las redes digitales pasar del insulto a la violencia física. Y no solamente contra los artistas. En la mira del colimador están los dueños de las grandes salas que programan los conciertos. Y por supuesto, también sus familiares.

Evidentemente, el linchamiento sobrepasa al escenario mediático. Gente incapaz de alzarle la voz a un policía en Cuba, profiere discursos incendiarios desde la distancia, al amparo de sus amos, reclamando una rebelión sangrienta contra el orden constitucional del archipiélago, y una acción decidida contra los creadores que decidieron quedarse en Cuba para hacer su obra en la Patria, y muy puntualmente contra aquellos que no transigen a pesar de eventuales errores aquí, y de brutales amenazas extendidas desde allá.

Como quien habla consigo mismo, en diálogo honesto con su propia conciencia, el líder de Buena Fe, Israel Rojas, se confiesa fidelista una y otra vez. ¿Cómo podría individualizarse ese juicio, cuando en vida del líder amado, y también en su muerte, se confirmó que el fidelismo, además del corpus profundamente político, moral, patriótico, ideológico, constituye un sentimiento definitivamente acendrado en millones de compatriotas?

Que unos hayan cedido ante el chantaje y la extorsión, no significa que otros necesariamente lo hagan. En toda época y en cualquier lugar del mundo, siempre ha habido miserables, como también gente digna dispuesta a enfrentarlos, y hasta fijarlos en la narrativa ejemplar del género humano, como sentencia irrevocable de la historia. Se rindieron Gente de Zona, Descemer Bueno, y otros más, pero muchos decidieron plantar cara a la calumnia y al acoso, sin ceder, sin dejar de ser, a pesar de los riesgos y de las represalias. La maquinaria del odio mueve mucho dinero, pero el honor no tiene precio.

El bloqueo contra Cuba acontece igualmente en el universo de la creación artística. La economía de la cultura jamás falta en la agenda de los congresos de la UNEAC y de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). No olvido las palabras del famoso timbalero Tito Puente, ya fallecido, quien decía que de existir una relación normal con Cuba y sus artistas, mucha gente del sonido latino tendría que ir “derechito para la escuela”.

Y es que Cuba, un país geográficamente pequeño, sometido a un cerco brutal de más de 60 años, aparece junto a los Estados Unidos y al Brasil entre los grandes productores y exportadores de música en el mundo.

El país cuenta con una variedad impresionante de géneros y de intergéneros, en un código particularmente encantador. Existe en este enclave original un potencial enorme de creación, multiplicado por los programas docentes y de investigación, articulados por la Revolución al margen de lunares y de escaseces. No solamente la denominada nueva canción, también las propuestas bailables en las pistas subrayan el calado de pensamiento y la prioridad humana de crecer desde el talento y su obra. Es altamente probable que el poder hegemónico le tema a la inserción de una alternativa intensa y competitiva en los circuitos del planeta.

Pero la mayor preocupación de la industria del entretenimiento, resulta la música que promueve valores, la propuesta de las auténticas jerarquías artísticas, pero sobre todo los creadores que la hacen, que la defienden, pero que no se desmovilizan, que aún apuestan a realizar la Utopía en la concreción del sueño de fundarla a pesar del odio cobarde basado en el dinero, y que cruza los mares en una carga alevosa contra la cultura.

 

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