No son pródigos los manuales al uso sobre el Gobierno Provisional constituido tras la Protesta de Baraguá, y su dramática autodisolución en Loma Pelada en mayo de 1878. Tras el extraordinario pronunciamiento de Antonio Maceo y sus compañeros, se aprobó una constitución brevísima de seis artículos que disponía su creación.
El Mayor General Manuel de Jesús Calvar (Titá) fue electo presidente. Fernando Figueredo Socarrás quedó designado secretario, y como vocales fueron elegidos el coronel (allí mismo ascendido a brigadier) Leonardo Mármol Tamayo, y el coronel Pablo Beola.
Como tantas veces en la historia de Cuba, los hombres pusieron a un lado sus diferencias para encarar la difícil coyuntura. El segundo artículo de la Constitución de Baraguá disponía nombrar “un General en Jefe que dirija las operaciones militares”. La formidable hoja de servicios del Mayor General Vicente García González lo avalaba con creces, pero allí concurrieron muchos jefes que no podían verlo con buenos ojos, y no precisamente por los sonados pronunciamientos que promovió.
La elección de este hombre para el cargo debió de sortear muchas suspicacias por razones ideológicas, incluidas las del propio Maceo. Entre los autores del Programa de Santa Rita estaba el sargento de la Comuna de París Charles Philibert Peissot (castellanizado Carlos Peiso). De ser auténtica la carta del Titán a Vicente García González, donde rechazaba en 1877 cualquier invitación a secundarlo, ahí apareció en blanco y negro el reclamo de que se aparte de sus ideas políticas.
En su libro La Revolución de Yara, el Secretario Fernando Figueredo Socarrás calificó al francés de demagogo, que defendía con energía sus ideas de socialismo y hasta de comunismo. Sí, muy trabajosas debieron de ser aquellas horas tras la heroica protesta para lograr un consenso.
Aquel Gobierno Provisional tomó en su momento una decisión hasta ahora muy discutida: que el General Antonio saliera del país a recabar ayuda de la emigración. En ese momento, ya él era el símbolo de la resistencia. Sacarlo del escenario de la lucha derivó en un mayor desánimo, al margen de si aceptó o no la hospitalidad española como le señalaron entonces.
Según fuentes de la insurrección, se temió por su vida, y era perentorio preservarlo para condiciones más favorables. El enviado del hombre de Baraguá al Gobierno Provisional, José Lacret, informó el resultado de las gestiones en Jamaica: solo se obtuvieron cinco chelines y únicamente se alistaron siete voluntarios para proseguir la guerra.
Admitir el fracaso de su empresa en la isla vecina tiene que haber sido una herida grande en el orgullo de Maceo. En su mensaje aconsejaba evitar más sacrificios inútiles. En su Diario de Campaña, el General en Jefe calificó de grave la partida del Titán al extranjero, y se quejó con acritud de que no lo consultaran siquiera. Por lo visto, parece sorprendido por la disolución del Gobierno Provisional que le comunicó oficiosamente el vocal Pablo Beola.
Era una situación insostenible. La llama de la Revolución se apagaba sin remedio. De eso dieron cuenta desde marzo de 1878, aún antes de Baraguá, las dramáticas lágrimas de Máximo Gómez, célebre por su dureza y su carácter ríspido.
Guillermón Moncada, por ejemplo, dicen que reclamaba mejores condiciones para deponer las armas en relación con el Pacto del Zanjón. La máxima dirección del mambisado, al parecer, consultó al Capitán General Arsenio Martínez Campos, quien lógicamente se negó.
¿Qué lecciones guarda aquel capítulo tan sumario del Gobierno Provisional, constituido en Baraguá y disuelto en mayo de 1878, hace ahora exactamente 140 años? Pues una buena parte se halla en el nombre que le confirieron aquellos hombres curtidos por la contienda.
Estaban conscientes de su naturaleza efímera y transitoria. La tarea definitiva, en fin, estaba por hacer. No reclamaron grandezas ni títulos rimbombantes en una hora en que sin proponérselo fueron ciertamente inmensos. Y redactaron una brevísima Ley de Leyes en la prioridad de insuflarle legalidad al gesto tremendo de no aceptar la paz sin la independencia.
Y decidieron disolverlo cuando la realidad los remontó. Martí escribiría luego que la grandeza es difícil. En el evangelio contemporáneo de las guerrillas estaría otra razón: “No se vive celebrando victorias, sino superando derrotas”.