La consolidación económica de Estados Unidos como un imperialismo ascendente se consumó en las primeras décadas del siglo pasado en el espacio latinoamericano. En este territorio se expandieron inicialmente sus empresas, que usufructuaron de todas de las ventajas de la inversión externa.
La nueva potencia disputó exitosamente con los rivales europeos el control de los mares y el botín de los recursos naturales. América Latina fue el gran mercado de arranque, para una economía que se expandió a un ritmo vertiginoso. Entre 1870 y 1900 la población de Estados Unidos se duplicó, el PBI se triplicó y la producción industrial se multiplicó por siete (Rinke, 2015: 82-86).
Al sur del Río Grande se forjaron las rutas marítimas requeridas para descargar los excedentes y capturar las apreciadas materias primas. El 44% de todas las inversiones yanquis fue localizada en esta zona, con gran centralidad en el transporte (rutas, canales, ferrocarriles) y las actividades más rentables de la época (minería, azúcar, caucho, bananas).
El modelo de los enclaves exportadores tuvo preeminencia junto a un proceso de recolonización. Estados Unidos combinó la ocupación de territorios (Puerto Rico, Nicaragua, Haití, Panamá) con la apropiación de aduanas (Santo Domingo), el manejo del petróleo (México), el dominio de las minas (Perú, Bolivia, Chile), el control de los frigoríficos (Argentina) y la gestión de las finanzas (Brasil).
La nueva potencia tomó la delantera en un lapso muy reducido, transformando las convocatorias iniciales de Monroe en realidades palpables. La soberanía de los países latinoamericanos quedó abruptamente reducida por ese avasallamiento económico foráneo (Katz, 2008: 10). La emancipación política temprana -que Latinoamérica había logrado en sintonía temporal con Estados Unidos- fue drásticamente revertida. Centroamérica fue balcanizada, extranjerizada e invadida a gusto por el hermano mayor, mientras Sudamérica iniciaba una asociación subordinada con el gigante del Norte (Vitale, 1992: cap 4, 6).
El proyecto Panamericano sintetizó la ambición yanqui de predominio irrestricto. La idea inicial de una gran Unión Aduanera bajo el comando de Washington (1881) fue propiciada en tres conferencias sucesivas. Incluía la construcción de un ferrocarril transcontinental y distintos contratos para asegurar la primacía estadounidense, mediante un tribunal de arbitraje controlado por el Norte.
Ese plan falló por la resistencia convergente que interpusieron los tres objetores de la iniciativa. Los cuestionamientos del sector más proteccionista del capitalismo yanqui, empalmaron con los reparos de las economías más autónomas (como Argentina) y de las presiones en retirada de Inglaterra en la región.
Ese temprano fracaso del Panamericanismo ilustró el gran peso del sector industrial americanista hostil al comercio irrestricto, en un escenario altamente favorable para los exportadores estadounidenses. Cien años después la misma oposición ha bloqueado varios intentos norteamericanos de competir con China en la arena del libre comercio. Lo que a principios del siglo XX pasó desapercibido como un episodio menor del ascenso estadounidense, constituye en la actualidad una manifestación de la crisis que afronta la primera potencia.