Ceja del Negro: historia, literatura, heroísmo

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El narrador heroico jamás podría desentenderse de la batalla de Ceja del Negro. Por los cronistas se le sabe el macizo elevado cubierto y rodeado de pinos y de encinas, cuya defensa el genio del Titán consideró como la definición del lance entre las armas mambisas y las que estaban al servicio de España.

Los generales José Miró Argenter y Manuel Piedra y Martel, son bastante explícitos en torno al suceso bélico de aquel 4 de octubre de 1896 en Vuelta Abajo. Y como es lógico, esos testimonios transitan por la imprescindible relatoría de José Luciano Franco, Antonio Maceo: apuntes para una historia de su vida.

Aquel cuento de Pablo de la Torriente Brau, El Héroe, ofrece una historia muy posterior, pero el desenlace está en la página del Día de San Francisco de Asís en Ceja del Negro. ¿Quién puede olvidar a aquel viejo trabajador de una estación ferroviaria, encargado de extender el consabido mensaje a la tripulación de un tren que no se detendrá, o que no debiera detenerse, y que accidentalmente cae sobre los rieles?

Nadie se libra de ese estremecimiento interior, ante un hombre que no puede sacar la pierna del camino de hierro. La mano del maquinista –escribió más o menos Pablo de la Torriente Brau—parecía soldada del freno. En sinestesia ejemplar, se puede escuchar en el texto el macabro sonido de los huesos triturados. Pero el héroe se encarga de esclarecerlo todo: la pierna accidentada, la que cercenó el tren, era realmente de palo. La original, dijo casi con orgullo, estaba enterrada en Ceja del Negro.

Es casi seguro que allí tuvo su estrella la gloria maceísta. Incluso, los testimonios le confieren el retrato más exacto que se le conozca. Bravo en la pelea como siempre, más de una vez se denota el humor contrariado del Titán durante la batalla. Algunos apuntan que castigó duramente a quienes huyeron de su puesto, ante una refriega ciertamente sangrienta.

Como se sabe, feroces guerrilleros, asesinos de indefensos, de mujeres, de niños, de ancianos, fueron literalmente cazados y macheteados como sentencia ejemplar. Otros recogen la palabra grave de Maceo, a manera de enardecer ante una prueba bastante comprometida. Ceja del Negro debiera ocupar un lugar de mayor significación en la enseñanza de la historia. Hasta hoy llegan incluso las palabras, el plan estratégico seguido por el Lugarteniente General.

Cada segmento representa a una pieza de indiscutible valor documental. La página de San Francisco de Asís de 1896, pasa por el orgullo de ser cubanos, por la gesta paridora de Patria, por el patrimonio de una nación necesitada de cultivarse a sí misma en la preservación de la memoria colectiva. Precisa aquella gesta ser contada con amenidad revolucionaria –como el Apóstol quiso de su periódico Patria.

Aquel combate –para muchos una batalla—resultó epopeya rediviva para las aventuras de un soldado desconocido cubano, para la costumbre de enfrentar tiranos, de luchar y morir por cualquier causa noble del mundo. El narrador decidido, animador desde Pablo de la Torriente Brau de un héroe cotidiano, tiene un puesto en la literatura y en la historia.

 

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