Carilda: absoluto erotismo en la vida y en la eternidad

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La poetisa supo forjarse su destino a fuerza de voluntad y de un acendrado sentimiento de pertenencia con la Patria. Desde mucho antes de morir, Carilda Oliver Labra se concibió a sí misma las claves indubitables de la permanencia.

En un poema temprano recordaba a la abuela que trajo consigo polvo peninsular, para no olvidar la esencia proteica de una España doliente. También fijaba en versos la partida de la madre con un puñado de tierra cubana, para paliar la melancolía en fríos confines del Norte.

Para ella quiso siempre otro final en la ruta, una recalada distinta en la andariega senda, como escribió otro grande. Carilda reclamó en su muerte toda la savia de Cuba encima, quedarse, sin la más mínima posibilidad de peregrinar. Se supo semilla de un tipo humano distinto, especial, protagónico de lo real maravilloso del mundo, y prefirió multiplicarse en la siembra. Lezama habló de la cantidad hechizada.

En la obra poética de Carilda, como en el hecho mismo de su muerte, son pródigos los cuantos de fascinación y de encanto. Desde su estación definitiva, la poetisa no se cansa de cautivar ni de seducir.

Porque eso fue y sigue siendo Carilda: el amor. Los creadores del universo audiovisual dicen que una imagen vale más que mil palabras. Como también es cierto que existen palabras tan inmensas que resulta imposibles atraparlas con millones de imágenes.

Ocurre con ese vocablo común, pero aún misterioso para el género humano, que es el amor. Desde Carilda Oliver Labra el sujeto lírico devino heroísmo para cantarle a la ternura, al cariño infinito, a la empatía necesaria para que la humanidad se congregue y sobreviva.

Y lo hizo desde la fórmula erótica más fuerte y audaz que se conozca. Sí, hace falta mucho valor para decir en un tiempo lejano de tantos prejuicios, que se desordena cuando es ella, ciertamente ella, quien lleva su seno desnudo a la boca del hombre amado. Es un acto de absoluta libertad y de emancipación: la mujer es la protagonista, es la autora de la iniciativa sexual.

Safo en Lesbos se tomó sus licencias hace miles de años, pero precisó hacer concesiones. Carilda Oliver Labra no necesitó jamás permisos ni patentes de nadie. Fue libre en la escritura y en la vida, rompiendo entuertos del prejuicio, y amando sin reparar en edades ni en el qué dirá el mundo.

De alguna manera, en eso va sin falta la rebeldía de esta raza insular que la hizo de este sitio para siempre, en la vida y en la eternidad, en el encanto de la tierra que la acoge para cultivar poesía en renuevo eterno.

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