Han transcurrido 68 años de la Gesta del Moncada. Soy parte de las generaciones que llegaron después pero, con la honrosa peculiaridad de haber nacido en la ciudad de Santiago de Cuba.
No recuerdo la vez primera que vi al otrora cuartel, devenido Escuela 26 de julio. Creo que fue en la Primaria Miguel Ángel Cano, donde vi las primeras imágenes y supe de aquellos jóvenes que decidieron no dejar morir al Maestro en el año de su centenario.
Después cuando un día llegué hasta aquel sitio inmenso, nunca pude despojarme de la imaginación sobre el suceso, del arrojo de los moncadistas como les llamaron después, dispuestos a todo por un ideal.
Sobre las paredes de aquella segunda fortaleza del país quedaron las huellas del asalto. También en la vecindad, y en toda esa tierra indómita caló la rebeldía de quienes demostraron voluntad inquebrantable por cambiar el curso de la historia.
Cada vez que caminé por las inmediaciones de ese sitio histórico, sentí una sensación extraña, lo estudiado en las clases de Historia, los testimonios de quienes participaron en aquella epopeya se unían inevitablemente, solo que la osadía del sol, y la algarabía de niños y niñas me devolvían la certeza de vivir un tiempo diferente, sueño irrealizado de muchos que quedaron en el camino.
A Santiago de Cuba no se puede ir con apuro. Cada espacio de ese terruño abriga historia. Sus calles, callejones, emblemáticos sitios que atesoran el pasado en el que inscribieron páginas de patriotismo hombres y mujeres que amaron y soñaron con tamaña intensidad el futuro que hoy habitamos.
Han transcurrido 68 años de la Gesta del Moncada. Vuelven estos días de julio aquellas imágenes que todavía estremecen, con ellas el legado de los jóvenes de entonces, que asaltaron la mañana de la Santa Ana para hacer luz y esparcir esperanza.