Gardel canta cada día mejor

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Todas las gradaciones del tango parecen concurrir en Carlos Gardel: la sensualidad, la fuerza, la mismísima tristeza. Alguien afirmó cierta vez que la melancolía resultaba algo casi profesional por aquellos confines del sur de las Américas. En el arrabal, posiblemente, se reúnen todas las razones para que ese sentimiento difícil sedimente y se difumine.

El Zorzal Criollo constituye el mejor continente humanal para consagrarlo. El encanto y el talento vuelven a reiterar las dos alas de un mismo vuelo. Antes de él, seguramente, el tango fue un prisionero del prejuicio. Era un sesgo inevitable.

Ese sambenito siempre cae como una maldición sobre esas pretendidas márgenes de la ciudad para criminalizar a la pobreza, para condenar al ente humano de la patria profunda, a ese constructor de su cotidianidad, al sobreviviente de la precariedad y de tanto orden injusto.

No sé si ya a estas alturas se le habrá reconocido plenamente la gran empresa de libertad de Carlos Gardel. Validar la música del latido de la nación argentina, se me ocurre una tarea monumental de emancipación indescriptible.

En la vindicación va sin falta el oficio de héroe. Sobrevivir a un balazo apunta cuantos de audacia, pero levantar a millones, cultivarles la esperanza, que compartan el mismo canto, sembrarlos en el foco de atención del quehacer artístico y científico, subraya una actitud que tiene un sitio más allá del valor personal.

Junto a él murió Alfredo Le Pera, el autor de ese milagro de conciliar las células rítmicas del tango con el pulso octosilábico de la lengua española. La famosísima pieza Cuesta abajo, por ejemplo, desgrana la intensa calidad de la oralitura que nos une como familia de pueblos.

La décima, se sabe, es el hecho cultural más común de los pueblos hispanoamericanos. Le Pera la escribió y Gardel la interpretó como sellando una idéntica suerte para el trovo andaluz, el joropo, el aguinaldo, el punto cubano, y toda la construcción que se escribe y se canta de un lado y del otro del océano Atlántico.

Aquella tragedia de junio de 1935 en el aeropuerto Las Playas, luego Enrique Olaya Herrera de Medellín, copa la leyenda, se consagra en los libros, y de cuando en cuando vuelve a la prensa, como si no dejara de acontecer. ¡Tanto ha sido el dolor! ¡Grande sigue siendo la ausencia!

Fue siempre popular la versión de una maniobra con la cual el piloto pretendía asustar a la tripulación de una compañía rival, y que habría terminado en desgracia. La imaginación y la inevitable costumbre de especular, remedan un eco en los intersticios del tiempo transcurrido.

Peritos de la gestión aérea aún reúnen hasta donde ha sido posible las evidencias, contrastan datos, revisan el dossier de la nave en que viajaba Gardel aquel fatídico día. El doctor Guillermo Artana, especialista del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, apunta una falla técnica en la aeronave y un error del piloto.

Aquel aeronauta, fallecido en el accidente, era Ernesto Samper Mendoza, de una familia de enorme influencia en el entramado político colombiano, tío abuelo del conocido abogado, economista y catedrático que sería muchos años después presidente de la nación. Persiste la creencia de que las autoridades del país, intentaron ocultar lo que realmente allí ocurrió.

Hace ya un tiempo, vio la luz el libro Vuelo siniestro, de Mauricio y Manuela Umaña (padre e hija), en el que se incluía otro título, La Verdad, del abogado Alfonso Uribe Misas, censurado en su tiempo por las autoridades colombianas. Ahí se desestima aquella versión de la ráfaga de viento que habría descolocado al avión. Y se subraya el sobrepeso y las maniobras incorrectas de Samper en el despegue.

Entre las pertenencias del cantor, chamuscado por el fuego, quedó el pasaporte del Morocho del Abasto. Sería a lo largo del tiempo un registro conectado con el tema-problema del verdadero lugar de nacimiento del artista: Toulouse, Francia, o Tacuarembó, Uruguay.

Gardel cumplía los compromisos de una gira en la cual estaba incluida Cuba. De generación en generación, circuló el misterioso sortilegio de la espera. Creo que entre nosotros aún tiene mucha tarea por emprender. La audición analítica jamás ha dejado de ser un método para resolver algún trance de emisión técnica, para quien quiere conferirle colores a una obra con su voz. En tal caso, la estrella logró remontar el suceso físico de la muerte, porque ya nadie duda de que canta cada día mejor.

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