Tras el artero golpe del 10 de marzo de 1952, no quedaron realmente muchas posibilidades para revertir al régimen de facto por la vía pacífica. La Constitución de 1940 preveía en su articulado la responsabilidad de defenderla en caso de ser violentada, pero los partidos tradicionales se mostraron incapaces de asumir semejante empresa.
Los ortodoxos aseguraban que tras la segura victoria en las elecciones de junio de aquel año, que como sabe, no llegarían a realizarse, barrerían a los malversadores. Eso encendió las sospechas de que el madrugonazo de Fulgencio Batista, fuera un acuerdo con el presidente Carlos Prío. En honor a la verdad, las evidencias van en sentido contrario.
Enredado en debilidades y vacilaciones, el depuesto mandatario dedicó dinero suyo a combatir al usurpador. En la clandestinidad, se verificaron contactos ocasionales de los jóvenes revolucionarios con aquella gente, con medios, pero sin una disposición clara ni decisión. Eran lógicas, además, las reticencias de Fidel y sus compañeros hacia los personeros del gobierno derrocado, famoso por su corrupción.
El propio Comandante en Jefe volvería una y otra vez a ese asunto. En los días previos al zarpazo batistiano, libró una verdadera batalla contra el latrocino de la administración auténtica. Adeptos de Prío afirmaron que la denuncia de Fidel volvió indefendible al gobierno, lo cual habría ayudado al éxito del golpe.
En su condición de abogado, fue a la carga contra la autoridad de facto. Ante el tribunal encargado, denunció a Batista y a sus 17 cómplices por los delitos recogidos en el Código de Defensa Social, y reclamaba sancionarlos con 108 años de cárcel. La justicia, ya plegada al dictador, fue sorda y cobarde.
Quedó entonces como única opción la lucha armada. No era tarea fácil, ante la tiranía articulada en cuarteles exaltados y en la febril actividad de espionaje de los servicios secretos, que veían como es lógicoenemigos del golpe por todas partes. Bajo las más estrictas medidas de seguridad y de discreción, Fidel organizó y viabilizó el entrenamiento de una formidable fuerza.
Como él mismo dijo en su alegato La Historia me Absolverá, los preparativos solamente fueron posibles con el desprendimiento de los propios combatientes, que fueron aportando a la causa lo poco que tenían. Durante meses, se ejercitó la preparación militar y la movilización de los jóvenes.
En más de una ocasión, los jóvenes concurrieron al lugar indicado por la dirección del movimiento. Es posible que muchos pensaran que aquel viaje a Santiago de Cuba en julio de 1953 fuera otro más. Fue tan eficiente la compartimentación, que la inmensa mayoría se enteró del objetivo de la acción la noche antes del domingo 26 en la granjita Siboney. La Generación del Centenario se aprestaba a entrar en el parteaguas de la historia contemporánea de Cuba.