Vicente García González: a la espera del fallo justo y definitivo de la historia

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El Mayor General Vicente García González permanece en las antípodas del mundo. En su pueblo natal sigue siendo el patriarca. Pero en torno a este hombre, nacido en Las Tunas el 23 de enero de 1833, la historiografía tradicional ha sido pródiga en descalificaciones: nefasto, indisciplinado, ambicioso, sedicioso, regionalista, desmoralizador. Alguien por acá lo denominó La Tiñosa del ´68. Otra por allá La Lechuza de la Guerra Grande.

No viene al caso ahora vindicar a tiñosas y lechuzas. Cada cual cumple tareas necesarias y de equilibrio natural. Sería mejor comenzar por la condición de caudillo, tan defenestrada hoy y que, por lo visto, tuvo hace mucho tiempo un contenido nada peyorativo ni indignante. La autoridad, la moral, el prestigio de aquellos próceres de 1868, resultaron en muchísimos casos la más clara razón del reclutamiento insurrecto.

Sin temor, habría que considerar al personaje entre los grandes caudillos de aquel minuto decisivo en la Historia de Cuba. Y en un justo tributo a su memoria, la Revolución fue más grande allí donde estaba la gente de esa estirpe. Siempre se discutirá sobre el exacto papel de la personalidad en cada capítulo de la epopeya humana, pero nunca faltarán nombres capaces de cargar sobre sí el destino de muchos, de seducirlos, de animarles el sueño. En esa lista honorable aparece sin falta el León de Santa Rita.

Estuvo en el mismo centro de dos movimientos políticos de aquella larga contienda. Son sucesos expeditos a los que la inmensa mayoría de los investigadores se acercan desde el sesgo de la falta de simpatía. Como afirma Emilio Herrera Villa en su libro Tras el rastro del silencio, en Lagunas de Varona aconteció el golpe final de la organización secreta Hermanos del Silencio, que buscaba a toda costa la caída de quienes depusieron de la Presidencia a Carlos Manuel de Céspedes y que, de alguna manera, fueron responsables de su trágica y solitaria muerte en San Lorenzo.

Santa Rita era otra cosa, aunque en la Presidencia se hallaba Tomás Estrada Palma, mal visto por los cespedistas. El Hombre del Ingenio Demajagua le tenía poca o ninguna estima, como consigna en la página postrera del 27 de febrero de 1874 en el ahora conocidísimo Diario Perdido. En un primer momento, García González no parece comulgar con esa proclama del 13 de mayo de 1877, aunque uno de sus promotores, el revolucionario francés Charles Philibert Peissot, le recuerda que ahí están recogidas sus ideas políticas.

Y ahí radica la génesis del choque con Antonio Maceo. Evidentemente, el General García le escribe desde el Naranjal el 3 de junio de ese año sobre el estado general de la guerra y –por lo visto—le pide que lo apoye. Es cierto que no existe el original de la famosa carta de Maceo a Vicente García, pero en el texto conocido están sus ideas. Hasta hoy se expone como un ejemplo de disciplina militar para condenar al remitente, pero en esas líneas subyace algo más importante.

Maceo le aconseja a Vicente García, en uso de la franqueza que este jefe le brinda, “que se separe de sus ideas políticas y de esos hombres que le sirven de consejeros”. En ninguna época, me parece serio que alguien le exija eso a nadie. Sea quien sea. En su libro La Revolución de Yara, Fernando Figueredo alude al tal Peissot de la Comuna de París, a sus ideas de socialismo y hasta de comunismo, considerado por muchos como un sujeto inconveniente, sobre todo al lado del General García. Años después, en medio de un gravísimo intercambio epistolar con Máximo Gómez, Maceo define a Vicente García González como su émulo político.

Eran seres de carne y hueso, con horas de entusiasmo y minutos de amargura y pesimismo. Uno de los grandes méritos del Apóstol José Martí fue precisamente reunir a aquellos veteranos enemistados, heridos, predispuestos unos contra otros. En La Mejorana, el propio Maceo le echó en cara a Martí que ya no lo quería tanto. Y lo juzgó de enredador. Entre agosto y septiembre de 1886, Maceo y Gómez se enzarzaron en descalificaciones mutuas. Envuelto en un duelo a muerte con Flor Crombet, el Hombre de Baraguá tampoco fue elogioso con él. ¿Por qué el criterio de Maceo es válido en un caso, en tanto que no repercute para nada en otros?

El historiador cubano Juan Andrés Cué Bada inició la inacabada tarea de la vindicación del personaje. Otros autores, como Víctor Marrero Zaldívar y Carlos Tamayo Rodríguez, vendrían después. Ellos significan la existencia de un hombre que lo fue todo en aquella guerra prolongada: anfitrión de las principales reuniones, el primero en señalar una fecha para el levantamiento, jefe de ejércitos en el Oriente, en el Camagüey, nombrado para el mando en Las Villas, Secretario de la Guerra, Presidente de la República en Armas y General en Jefe proclamado tras la Protesta de Baraguá. La historia aún no ha dictado un fallo justo ni definitivo.

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