Un mundo en el olvido

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La alegría de un niño de antaño tiene puntos comparativos con el júbilo de los niños de hoy. Sin embargo las diferencias se han hecho notar y cada vez con más fuerza. Hace apenas 30 años los pequeños gozaban de más autonomía. La cultura del esfuerzo jugaba un papel preponderante en la familia, basada en respeto y amor.

La práctica de deportes, los mandados al mercado, las reuniones de juego con sus compañeros, en fin; eran actividades cotidianas. Todo se conjugaba, todos se conocían, entre ellos se cuidaban y se compartía en un mundo opuesto al siglo XXI.

Tal parece que los protagonistas de aquella época de armónica convivencia, se dejaron absorber por el suave  colchón del confort vivencial; sin importar que con ello quedaran en el olvido sanos entretenimientos para sus hijos.

El trompo, las bolas, el papalote, el pon han quedado en el olvido. ¿Qué sucedió con el juego de las escondidas y con la inocencia del ayer? Hoy con los juegos electrónicos y con los modernos medios de comunicación se alimentan y agilizan las estructuras mentales.

La socialización, la fraternidad y la libertad se ven amenazadas por los celulares y tabletas. El aislamiento social no llegó con la pandemia del Coronavirus, ese ya estaba creciendo a pasos agigantados.

Quienes vivimos nuestra infancia en el siglo pasado, y naufragamos con esos conocimientos en el presente, tenemos la responsabilidad de educar a nuestros hijos. Nuestra misión es mostrarles ese mundo de alegría, de compañerismo, esos juegos tradicionales.

Es imposible negar o no utilizar las tecnologías. Ellas no son negativas en su esencia, son reflejo del desarrollo del ser humano. Eso no significa que los “viejos juegos” no pueden convivir en la actualidad.

La COVID 19 no llegó para quedarse, y cuando sea el tiempo, cuando todos estemos a salvo debemos reflexionar y traer este maravilloso mundo de vuelta.

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