Un mundo de muros… y cañones

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“El liberalismo económico ha sido el principio organizador de una sociedad que se afanaba por crear un sistema de mercado. Lo que nació siendo una simple inclinación en favor de los métodos no burocráticos, se convirtió en una verdadera fe que creía en la salvación del hombre aquí abajo gracias a un mercado autorregulador. Este fanatismo fue el resultado del súbito recrudecimiento de la tarea en la que el liberalismo estaba comprometido: la enormidad de los sufrimientos que había que infringir a seres inocentes, así como el gran alcance de los cambios entrelazados que implicaba el establecimiento del nuevo orden. La fe liberal recibió su fervor evangélico como respuesta a las necesidades de una economía de mercado en pleno desarrollo”.

¿Qué es, pues, el libre cambio en el estado actual de la sociedad? Es la libertad del capital. Cuando hayáis hecho desaparecer las pocas trabas nacionales que aún obstaculizan la marcha del capital, no habréis hecho más que concederle plena libertad de acción […] Señores: No os dejéis engañar por la palabra abstracta de libertad. ¿Libertad de quién? No es la libertad de cada individuo con relación a otro individuo. Es la libertad del capital para machacar al trabajador […] En general, el sistema proteccionista es en nuestros días conservador, mientras que el sistema del libre cambio es destructor”.Karl Marx, “Discurso sobre el libre cambio” (1848)

Donald Trump sacudió el tablero geopolítico mundial. En un confuso manejo de relaciones internacionales, a la par de un gobierno mediático y escandaloso casa adentro, sus actos impactan más allá de las fronteras de su país en ámbitos estrechamente vinculados, como el político, el económico y hasta el militar. Pero esta vez la acción del imperialismo norteamericano no es aislada, sino que confluye con nuevos imperialismos que se consolidan desde oriente.

En medio de ese encuentro de múltiples imperialismos, Trump abonó el terreno en la guerra fría del siglo XXI, interviniendo como sheriff global en conflictos cada vez más explosivos (y miserables), como el bombardeo a Siria, sin el visto bueno de su Congreso, sin autorización de Naciones Unidas y sin antes comprobarse si fue el régimen de Damasco el que usó armas químicas (emulando la barbarie que George Bush hijo protagonizó al invadir Irak sin comprobarse –hasta ahora- la existencia de armas de destrucción masiva).

En paralelo, Trump desplegó su cantaleta de “America First”  invocó a la construcción de grandes muros físicos en sus fronteras con México, a fin de detener el paso de miles de migrantes que huyen de la pobreza y hasta de la violencia que el mismo imperialismo históricamente ha provocado en Latinoamérica . Muros vergonzosos que hacen recordar a la repudiable acción nazi en sus campos de concentración, o al actual aislamiento que Israel impone sobre una Palestina a ratos olvidada por el mundo (y frente al cual Trump se mostró hasta cómplice).

Ni siquiera Gran Bretaña, por recordar al primer capitalismo industrializado con vocación global, practicó el libre comercio. Su economía se fundamentó en altos muros arancelarios, en obras públicas impulsadas por el Estado y en un sistema financiero nacional, desde donde se expandiría como una gran sombra financiera por el mundo (como ejemplo recordemos los orígenes de la perversa deuda externa latinoamericana), todo para proteger a su industria. Y su flota fue el mejor argumento para imponer sus intereses en varios rincones del planeta: a cuenta de la presunta libertad comercial introdujo -a cañonazos- el opio en China, o abiertamente bloqueó los mercados de sus extensas colonias para mantener su monopolio textil; o impuso acuerdos comerciales ventajosos a sus intereses asegurando el ingreso de sus productos a determinados mercados, empezando con el Tratado de Methuen en 1703 con Portugal, que le abrió los mercados de las colonias lusitanas, por ejemplo.

También los alemanes, inspirados en Friedrich List, se impulsaron con medidas proteccionistas en contra del discurso librecambista entonces dominante. List, en la primera mitad del siglo XIX, entendió que el discurso librecambista de Inglaterra, “pateaba la escalera” por donde ésta ascendió para construir su poderío económico mundial, y evitar que otras naciones -sobre todo europeas- le disputen su supremacía. Si bien el punto de partida de List no fue la autarquía (pues no negaba la inserción alemana en el mercado mundial), propuso recuperar el espacio nacional para el “desarrollo” alemán desde una “disociación” selectiva -se diría actualmente- y con una estrecha vinculación del aparato productivo germano con el proteccionismo estatal.

Los estadounidenses también buscaron una senda diferente a la que predicaban los ingleses; no estaban dispuestos a caer en las redes del librecambio y de las finanzas funcionales a los intereses desplegados por Inglaterra, como sucedió con las nacientes repúblicas suramericanas. Con la guerra civil, los Estados del norte de la Unión, evitaron mantener una lógica explotadora en el sur sustentada en la esclavitud (máxima forma de explotación del ser humano), la extracción masiva de recursos naturales (una de las formas más profundas de explotación de la Naturaleza), el libre comercio y la austeridad (tan preciada por la teología neoliberal en la actualidad).

“China ofrece al mercado mundial sus millones de brazos muy baratos y muy obedientes, y su aire, su tierra y su agua, su naturaleza dispuesta a la inmolación en los altares del éxito. Los burócratas comunistas se convierten en hombres de negocios. Para eso habían estudiado ‘El Capital’: para vivir de sus intereses”.

Todos estos países se han parapetado una y otra vez detrás de murallas arancelarias. Por eso es indispensable descubrir cómo en verdad evoluciona el comercio mundial envuelto entre mitos y realidades que contradicen tales mitos.

De hecho, la política real de los centros no ha sido el libre comercio, sino el proteccionismo en beneficio de su propio proceso de acumulación capitalista (la cual, incluso, se ha acrecentado en los últimos años, generando que los centros sean cada vez más poderosos y tengan mayor influencia en la red del comercio mundial). La realidad nos dice que la historia del comercio mundial está dominada, por un lado, en el proteccionismo y la intervención estatal, que explica en gran medida el poder dominante de unos pocos países que han conseguido un significativo bienestar para sus poblaciones, y, por otro lado, en el boboaperturismo (o incluso boboproteccionismo) de gran parte de países aún atados a la dependiente función de suministradores de materias primas y compradores de tecnología de los centros.

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