Un crimen que no se olvida

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Como en un pase de lista se escuchan sus nombres: Alonso Francisco Álvarez, Anacleto Pablo Bermúdez y González de la Piñera, José Ramón Emilio de Marcos y Medina, Juan Pascual Rodríguez y Pérez, Ángel José Eduardo Laborde y Perera, Eladio Francisco González y Toledo, Carlos Augusto de la Torre y Madrigal, y finalmente, Carlos de Jesús Verdugo y Martínez.

Sus edades oscilaban entre los 16 y 21 años, inocentes, que no imaginaron siquiera serían fusilados por los voluntarios, una especie de mercenarios en  tiempos de la Neocolonia.

Desde la medianoche del día 26 hasta bien entrada la mañana del 27 demoró la decisión del rigor de la sentencia y del número de prisioneros que se someterían a ella. El fallo de este juicio no fue aceptado por los voluntarios españoles amotinados frente al edificio de la cárcel donde se celebrara el juicio.

Era el 27 de noviembre de 1871 y no se trataba, dolorosamente, de una conferencia para estudiantes de Medicina, sino del fusilamiento de ocho estudiantes que en unos años se graduarían como médicos. ¿El delito? Ser cubanos, criollos y jóvenes, cuyos rostros alegres anunciaban una generación distinta para una Cuba ¿Española?

Frente a los paños de pared formados por las ventanas del edificio usado como depósito del cuerpo de ingenieros, se colocaron de 2 en 2, de espaldas y de rodillas a los infelices inocentes, fusilados a las 4:20 de la tarde por el piquete de fusilamiento al mando del capitán de voluntarios Ramón López de Ayala.

Tanto el abominable crimen, como el inconcebible proceso judicial que lo precedió, contribuyeron a fortalecer el sentimiento independentista de los cubanos. El tiempo transcurre, pero no se olvida. La tarde del 27 de noviembre de 1871 se inscribió  para siempre entre los sucesos de nuestra historia.

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