Un crimen que no se olvida

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En el año de 1948 el movimiento sindical cubano sufrió impresionables pérdidas: una de ellas fue la  del glorioso dirigente de los tabacaleros, Miguel Fernández Roig.

Nació el 15 de junio de 1894 en Luyanó, municipio Diez de Octubre. Siendo un niño de apenas 6 años se traslada con su familia a Valle 107, zona donde transcurrió su adolescencia. Recibió su primera enseñanza en la escuela pública situada en la Quinta de los Molinos.

Los estudios posteriores se vieron tronchados por la imperiosa necesidad de trabajar para ayudar a la economía familiar. A los 14 años se convirtió, de estudiante en discípulo de tabaquero bajo la orientación de su padre.

Sus deseos de conocer lo transportan a leer, indagar y conocer, con su experiencia y raciocinio político y sindical que le viene de su estrecha relación con destacados luchadores sindicales. En 1918 se muestra con pujanza y energía en la lucha de clases. Resultó uno de los más emprendedores en apoyar las luchas contra los planes patronales. Se inició como orador consiguiendo el entendimiento con las masas.

Desde 1925 la actividad sindical de Miguel Fernández Roig estuvo derramada hacia los lineamientos del Partido y la dirección definida por los comunistas. Se fraguó en una justa conducta y le delegaron significativos trabajos del sector tabacalero.

Durante la opresión del gobierno de Gerardo Machado ocupó la Secretaría General del aparato sindical. En varias oportunidades intervino para expresar y fijar posiciones. En este período sobresale como dirigente tabacalero e investiga soluciones para los trabajadores explotados.

El 2 de abril de 1948, en la fábrica de tabacos “La Corona” fue asesinado por pistoleros introducidos en el movimiento obrero.

Su desaparición física constituyó parte de un plan que rebasaba las fronteras nacionales, insertado en el empuje creado después de la Segunda Guerra Mundial por el imperialismo contra el movimiento obrero de los países latinoamericanos y específicamente el cubano, cuya combatividad se había  transformado en un grave impedimento para sus planes de supremacía en la Mayor de las Antillas.

Esa política norteamericana tuvo en Cuba como enérgicos colaboradores a los gobiernos de Grau San Martín, entre 1944 y 1948, y de Carlos Prío Socarrás, entre 1949 y 1952, que apoyados por pandilleros, auto titulados dirigentes sindicales, desencadenaron la violencia fascista con el propósito de anular la prestigiosa Confederación de Trabajadores de Cuba y sus sindicatos.

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