Hoy es el Día del Teatro Cubano y la efeméride me inspira a hablar del teatro infantil, el cual incluye obras escritas para los niños. Pienso entonces en La Colmenita, compañía cubana de teatro infantil, dirigida por Carlos Alberto Cremata, Embajadora de buena voluntad de la UNICEF, fundada el 14 de febrero de 1990.
Este fantástico grupo de pequeñines sabe cómo hacer para llegar al corazón del público con dramas basados en la vida real, pero sustentados por los colores y la fantasía que transmite La Edad de Oro como definiera José Martí a los primeros años de vida de un ser humano.
Esas niñas y niños capaces de convertir un aguacero en una cascada de sueños o relatar mediante anécdotas peculiares la vida de nuestros héroes y mártires, como es el caso de Frank País, a quien con la voz temblándoles de emoción y lágrimas asomadas a sus pupilas describieron poniendo al relieve su sentir patriótico.
Su relación con el público es maravillosa. Cuentan al auditorio que Frank gustaba de empinar papalotes como cualquier otro niño y era tan justo y solidario que compartía sus meriendas en el colegio. La gestualidad corporal y las acotaciones que exige la actuación teatral muestran la destreza de estos pequeños actores sobre las tablas.
Una escritora cuya obra está vinculada al teatro infantil es la cubana Dora Alonso, quien creó el personaje Pelusín del Monte
en 1956, cuando escribió Pelusín y los pájaros.
Pelusín se convirtió el títere por excelencia de niños y niñas, ha trascendido a la posteridad por reflejar no sólo en su estética, sino además en su discurso, elementos autóctonos de cubanía.
Es el muñeco que cobra vida y juega con los niños, el títere animado que en cada función deja una enseñanza a todos, jóvenes, y no tan jóvenes.
Su imagen como Polichinela representa un niño campesino de unos diez años con ojos verdes; de rostro sonriente y cabellos revueltos.
Lleva sombrero de yarey y pañuelo anudado al cuello de su camisa y toca muy bien la guitarra. Es simpático y ocurrente, muy cubano y lleno de fantasía.
Esta es la magia del teatro para la infancia. Es la pretensión de lograr que los más chiquitines alcancen a identificar la personalidad de los actores, su identidad, que memoricen textos y aprendan con las obras que escenifican.
En los retablos desfilan títeres y actores que traen consigo la luz del milagro, la dramaturgia que merece la mayor reverencia, que deja una huella para toda la vida, esa que pondrá como sello el aplauso mayor ante cada puesta en escena.