Está frente a mí, pequeña y linda, con tantas cosas aprendidas que suele disimular con su blanca timidez. Me meto en su vida, una costumbre que ella me permite cada vez que nos encontramos. Sonríe casi todo el tiempo mientras habla. Ya no es una niña, lo sé; es una gran doctora, lo celebro, sin embargo mis ojos se empeñan en verla todavía con su uniforme de colegiala rojo y blanco, casi silenciosa, pero profunda, inmensa.
Se llama Sorelys Martínez Cabrera y nació hace 28 años en San José de las Lajas. La conozco desde entonces y desde siempre la quiero. Hace solamente dos meses concluyó la Especialidad de Cuidados Intensivos y Emergencia Pediátrica en la Facultad de Ciencias Médicas de Mayabeque, y ahora acaba de enrolarse en otra de sus aventuras académicas: un Diplomado de Cardiopatía Pediátrica que recibe en el Cardiocentro William Soler de La Habana.
Tantos privilegios nada tienen que ver con la casualidad o la buena suerte, más bien resultan de su empeño y su pasión por la Medicina. Pero, si es un regalo del destino, los misterios del universo fueron bien justos y acertaron al poner en sus manos la oportunidad de hacerse médico.
Sorelys pudo al concluir el preuniversitario, escoger a su antojo entre las carreras universitarias más codiciadas por sus compañeros, porque nadie la superaba en talento. Pero ella no tuvo ojos para otro camino que no fuera el que lleva a curar y salvar a los demás.
Esa sed insaciable de aprender y descubrir, quizás sea la mejor herencia de sus padres, Haydée y Orestes, dos seres tan sabios como humildes que ejercieron el magisterio por mucho tiempo, pero reconozco que fueron mucho más eficientes en el difícil oficio de educar a los hijos.
Les confieso, que es consuelo y alegría para mi espíritu encontrar a Sorelys de vez en cuando en el camino y comprobar que a ella nada la ha cambiado, ni su bata inmaculada, ni la sapiencia que atesta su cabecita, ni el reconocimiento profesional que la distingue a sus pocos años, ni el hecho de saberse indispensable.
Ella es quizás una rareza en estos tiempos porque vive sin poses, ni adornos ni falsas apariencias. Quienes la conocen coincidirán con este dibujo de la doctora Sorelys que como periodista intento compartir. Confío en que esta suerte de regalo, demasiado pequeño para tanta estatura, sirva también como una confidencia de mi cariño o tal vez como un premio por amar tanto a los demás.