El idioma deviene la piedra angular de la identidad de un pueblo. Conservar las esencias de ese acervo garantiza su permanencia en el tiempo. El ser o no ser de una comunidad lingüística, pequeña o extensa, pasa necesariamente por la vigencia de un legado lexical y morfo-sintáctico.La lengua, ese milagro de la palabra, aún obra por el ser humano.
Como todos somos usuarios del idioma, en igual medida tenemos una percepción sobre la democratización y la vulgarización de la lengua. Sobre esos temas se verifican inacabables polémicas, que suelen rebasar los perímetros de la academia, y posiblemente cualquier límite del tiempo.
La lengua es un hecho vivo, que nace, se desarrolla, cambia y hasta puede morir. En Cuba, además del consabido ajiaco, así definió Fernando Ortiz a la cubanidad, habría que considerar la auténtica democratización de la cultura vivida después del triunfo de enero de 1959.
En términos prácticos, durante muchos años, la docencia contempló la enseñanza del español como una asignatura menor. Fue un gravísimo error cuyas consecuencias no han sido suficientemente valoradas ni medidas. Aunque
se han dado algunos pasos importantes, aún no podemos asegurar que en Cuba se haya articulado una política lingüística eficaz.
Los letreros stop, no smoking, rent a car, y danger, por ejemplo, donde sean imprescindibles, deberán estar acompañados por la palabra o la frase en español, y por supuesto, con mayor destaque en nuestro idioma. Si la lengua es identidad nacional, la aplicación de la política lingüística contribuye a salvar el alma de la Patria.