Por el rastro de un descubridor

0
40

Anda por la Teoría de la Complejidad la inmensa obra de Antonio Núñez Jiménez. Su paso por la arqueología, la espeleología, la propia geografía, confirma su mester transdisciplinario. Constituye un universo revelador, útil, trascendental, aunque la fecha de su muerte, el 13 de septiembre de 1998, sea ya un hecho lejano desde la percepción física del tiempo.

Claves arahuacas en la poesía cucalambeana subrayan el latido patriótico del autor. Algo parecido pulsa en cada empresa por las cuevas, por las rutas, por el arte rupestre de los nobles predecesores nuestros. Núñez Jiménez se me ocurre un aventurero perpetuo por las raíces de Cuba.

Alguien, medio en broma, medio en serio, decía que aún somos gente de batos y de areítos, es decir, que la pasión por el béisbol y por las pistas de baile, guardan una relación deslumbrante y hasta misteriosa con el legado aborigen. Y por esas interconexiones tantas veces expeditas, radica el trabajo de ese científico incansable.

Quizá por ese otro viaje a lo desconocido, muchos insisten en considerarlo el Cuarto Descubridor de Cuba. “En canoa del Amazonas al Caribe” fue una de las tres grandes expediciones científicas de Cuba en el siglo XX. (Un paréntesis para recordar las otras dos: la expedición oceanográfica cubano-soviética que entre 1970 y 1972, realizó un levantamiento hidrográfico de las costas y bahías del archipiélago cubano, y el vuelo al Cosmos de Arnaldo Tamayo Méndez y Yuri Romanenko en septiembre de 1980.)

Como de la mano de H. G. Wells, “En canoa del Amazonas al Caribe” nos lleva a la América precolombina para entender que antes de la brutal conquista, éramos una familia, una patria diversa pero única, donde compartíamos una misma lengua y la costumbre aún acendrada por esta parte de hallar hermanos en el recodo de un río, y de extender embajadas culturales por los caminos de la mar.

El Pintor de Iberoamérica, el ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, fue algo así como el padrino de “En canoa del Amazonas al Caribe”. Ese es un milagro de la transposición artística con la historia, con las ciencias sociales, con las denominadas ciencias duras. Al margen de marcas lingüísticas de género, ahora en boga, se extiende una idéntica preocupación por el destino de la humanidad: la Fundación de la Naturaleza y el Hombre, de Antonio Núñez Jiménez, y la Capilla del Hombre, de Oswaldo Guayasamín.

Y allá, en el corazón de la selva sudamericana, el pintor ecuatoriano les diseñó bandera a los navegantes, y hasta seleccionó al chuncho, de cuyo tronco se construyen las mejores canoas, insumergibles, invictas ante el temporal, el terremoto, el volcán, las palizadas, el oleaje bravío.

Y vivieron intensamente cada jornada que construye el ritmo imperturbable del reloj. Allá, en las entrañas del Ecuador, en Misahuallí, a la vera del río Napo, fue la histórica arrancada en marzo de 1987. La bitácora cerró formalmente en junio de 1988, con la entrada por el canal de la bahía de La Habana. Pasaron por 20 países, en una ruta de más de 17 mil kilómetros.

En los libros de Antonio Núñez Jiménez, está la proeza, la relatoría de otros viajes por la isla de Pascua, por el Polo Norte, por la Antártida de los 30 grados Celsius bajo cero, y las tormentas de nieve, el sueño de instalar alguna estación cubana por donde cruzaron alguna vez el venturoso Amundsen y el desafortunado Scott.

El científico, guerrillero, arquitecto de la obra social y humana, no se despidió aquel 13 de septiembre de 1998. Todavía queda mucho por hacer en la tarea de vencer la precariedad, de ser sostenibles algún día, pero sin herir al medio ambiente. Para ayudarnos a vivir permanecen los ensayos sobre la historia, el rostro y el alma de la Patria, que aún escribe Antonio Núñez Jiménez.

 

Califiquenos

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Nombre