Los juegos infantiles colorean un segmento importante de nuestras vidas, esa que el Maestro definió como la edad de oro. Desempeñan un importantísimo papel en el desarrollo de las habilidades naturales del niño, físicas e intelectuales, y sobre todo, en sus relaciones con los seres de su edad y con el resto del mundo.
El juego en la infancia cultiva la fantasía y la imaginación del ser humano. En eso va su universalidad, y el curioso parecido de unos juegos a otros en diferentes puntos del planeta. De todas formas, son capaces de definir identidad, de exponer aristas de una cultura determinada.
En tiempos de globalización, florece la industria del entretenimiento en manos de los países más poderosos. Es pertinente salvar ese patrimonio intangible, capaz de definir, génesis de idiosincrasia, aliento de costumbres. En ese sentido, es factible la utilización de cada avance tecnológico, pero con los signos de lo nacional como centro
Es una tarea ya cumplida por los especialistas de los clubes informáticos, y al mismo tiempo un gigantesco reto identitario, y –si se quiere—ideológico.
Pero no únicamente les incumbe a ellos. Es un desafío que deberán compartir con todas aquellas esferas que se relacionen con los niños. Maestros, creadores e instructores de arte, realizadores en los medios de difusión, los propios padres
Vale en esa actividad cotidiana rescatar los juegos tradicionales como la vía idónea de acentuar la inocencia de los primeros años y de esa forma cristalizar nuestra identidad.