Oscar Loyola Vega: héroe del oficio de la memoria

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Crecimos con el libro inspirador de Historia de Cuba que para las cátedras de cualquier tiempo escribió Oscar Loyola Vega. El profesor hizo un hogar en el taller donde se funde lo cubano. El coloquio-homenaje de cada noviembre en el Monumento Nacional Quinta de los Molinos, se anuncia precisamente desde una idea esencialísima suya: Construyendo la Nación.

Va siendo costumbre peregrinar cada 5 de septiembre, la fecha de su trágica muerte a los pies de la escalinata de su querida Universidad de La Habana, hasta la Quinta donde descansan sus cenizas. Desde la eternidad, el pedagogo inconforme y extrovertido, el de la atractiva clase regresa, reclama el renuevo del oficio, convoca a los amigos, anuda abrazos nuevos.

En esa breve pero intensa marcha hasta aquel sitio venerable, se confirma la admiración al Generalísimo. En la lápida se consigna una frase del bravo guerrero dominicano-cubano, que late en las notas personales del profesor: Las revoluciones jamás se pierden cuando en ellas encarna una idea grande. José Martí le escribió a Máximo Gómez sobre la probable ingratitud de los hombres. Loyola jamás pudo desentenderse del dolor del prócer por las injusticias, por las incomprensiones que sufrió tras la retirada hispana.

Allí, a la vera del Museo Cuartel General del Ejército Libertador, aún obra el hombre ilustrado en el aposento de piedras de un falso descanso. El tributo congrega la sed infinita de saberes, como si el reclamo del Apóstol a los periodistas de cualquier parte, se verificara en cada ceremonia en la Quinta de los Molinos. Y vuelve a intercambiarse desde la nube hasta el microbio, como recalcando el pensamiento complejo del mundo.

Oscar Loyola Vega, héroe del oficio de la memoria, parece repartido para siempre en el justo sitio que guarda los pasos de la juventud rebelde, creadora, irreverente. En la poesía está posiblemente la mejor explicación: emprender, como en cada clase, un viaje por los intersticios del tiempo, significar el rostro humano del prócer, conocer de primera mano la fuente de cada sueño, hasta la génesis de las desventuras y del sufrimiento.

Y empiezan a acontecer verdaderos milagros. En cada peregrinación a su tumba en la Quinta, concurren los amigos invariables, pero también el estudiante que no alcanzó a conocerlo, o esos seres atentos al mensaje color tiempo, o cada oído sensible que no permanece indiferente ante la resonancia hermosa de los recuerdos. La procesión remonta olvidos y hasta probablemente marca el nacimiento de una tradición.

La canción asegura que los inteligentes no están de moda. El ensayo estudia la crisis humanística que devasta el alma colectiva, que socava valores. Gente que no tiene nada importante que decir, aparece en los foros digitales como los nuevos líderes espirituales del mundo. El amor a la Patria, el orgullo de ser cubanos, libres de hojarasca inútil, resulta el mejor antídoto contra esa tragedia.

Desde su distancia, Oscar Loyola Vega insiste en concebir su clase mejor, desde la salvaguarda de su tierra, la instrucción de cada nuevo compatriota enamorado de sus raíces y de su horizonte, hecho palabra que levanta para todos los tiempos, con la inspiración de la primera carga al machete.

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