La presencia de Martí desde su busto en la plazoleta de mi primera escuela más acompañar, iluminaba misteriosamente aquellos matutinos hermosísimos donde se escenificaban Los zapaticos de rosa, Abdala o La perla de la mora.
También vibraba en los verbos de mis maestros de Historia que diseminaban a Maceo y Gómez, amigos del Maestro que se juntaron con él en el propósito de crear una Patria nueva “con todos y para el bien de todos”.
Recuerdo que solamente pude aquilatar la grandeza de una figura como Ignacio Agramonte, el general camagüeyano de la guerra del 68 tras leer un texto suyo que aparece en el libro José Martí. Lecturas para niños de Hortensia Pichardo.
El volumen, gastado por manosearlo tanto, es como una reliquia en mi librero, y cada vez que quiero escribir o hablar sobre Agramonte vuelvo a esa imagen perfecta que le dedicó el Apóstol: “diamante con alma de beso”.
José Martí y aquella advertencia de que “un niño debía echarse a llorar cuando ha pasado el día sin aprender algo nuevo”, constituyó el motor que me impulsaba a regresar cada día a la escuela.
Y pensando y sintiendo esa frase como una especie de consejo me levantaba bien temprano añorando volver al aula. Y lo hacía aunque estuviera enferma, aunque me ganara un regaño por carecer de las medias blancas o le faltara el brillo a los zapatos colegiales que tanto se exigía en aquellos tiempos.
Inspirada en el amor sin límites de Martí por los niños, por los negros, por la mujer, por los pobres y los desvalidos, he tratado de hallar la felicidad haciendo algo bueno a favor de los demás, sin esperar recompensas.
De él nace también este apego a mis raíces, este cariño porfiado por mi tierra, mi gente y las calles que son libres y de todos, y donde jamás he visto abandonado a un niño o morir un enfermo, algo extraño en un país pobre y bloqueado de América Latina, como es Cuba.
A Martí le agradezco la semilla que plantó en Fidel y la manera en que supo germinar en las ideas y las obras que gracias a la prisión del Comandante emergieron en esta Isla a pesar de los vientos, de los tiempos.
El sacrificio y la resistencia de nuestro cinco antiterroristas, que por tanto tiempo sufrieron injusta prisión en Estados Unidos, estoy segura, es el resultado de la vocación martiana de cada uno de ellos.
Hoy miro a través de la bruma del tiempo y hasta mí regresa el Martí que insiste en mostrarme que el cuerpo se le puso hermoso por el presidio y la cal viva de las Canteras de San Lázaro.
Quiere enseñarme que el mar y el cielo pueden ser muy tristes cuando se divisan desde el destierro y cuando estás apartado de lo que realmente importa y amas: lo tuyo.
Es el quien pervive en todo cuanto escribo y hago, en los principios que defiendo, en la verdad que protejo. Su nombre se liga a otros tantos enamorados también de su ejemplo, y que trabajan, fundan sueñan y crean por la libertad, la esperanza y la paz. En ellos también está mi Martí.