Yo podría decir que estoy de primavera
bajo un aire oloroso a luz definitiva,
y podría tapar la mirada bisiesta
que se me está cayendo afuera de la vida;
y ser de flor, de lluvia, de mariposa buena,
semejante a este cielo cuidado por la brisa,
a la ignorancia simple con que quiere una abuela, o a la salud del alba, que es casi campesina…
Han transcurrido cuatro años desde que aquella noticia llegó así, de un soplo. Una nunca espera, una nunca quiere que las personas que ama o admira digan adiós definitivo, Carilda Oliver Labra, esa gloria de la Cultura Cubana nos acostumbró a su muy buena poesía, a su sonrisa, a su desenfado.
La belleza quedó detenida en el tiempo, la inmensidad de su mirada siempre cielo seducía y más aquella manera de hablar, sugerente, atractiva, cautivadora.
Los años marcaron su piel, dejaron huellas en el rostro de la novia de Matanzas, de la mujer adelantada a su tiempo, pero nada quebrantó su lozanía, y es que nada es nada y Carilda siempre fue y es más.
Arropada por los colores que cada quien ha querido darle, más, diestra en esa manera sublime de aceptar esa voluntad infinita de los que aman sus versos, capaces de dibujarla a su antojo.
Emancipadora de su realidad, libre en su poesía, tal vez atrevida pero bella, inmensa en la manera de ser la mujer que fue, atrevida, sin temores, con la agudeza de la picardía más fina y seductora.
Murió Carilda, han transcurrido cuatros años y aunque una trate de entender que no siempre la muerte es totalmente cuerta cuánto tanto se ha dado a la vida, allá donde el reposo la aguarda, no pude haber tristeza, la alegría debe andar desordenada, no puede ser de otra manera.
Han pasado cuatro años de su adiós y su ausencia se muestra presente en sus versos, en su voz que quedó para siempre en la memoria.