Alguien decía que la trascendencia de una obra está en la capacidad de colorear la existencia de muchos. Ahora, en este minuto difícil de recuento, comprendemos cuánto permanece el trabajo de Alberto Luberta. Nos confirió algo más que la gama. Cualquier compatriota sabe identificarse en la cubanía de cada página, y en aquellos personajes de Alegrías de Sobremesa en Radio Progreso, que se convirtieron en demasiado queribles para millones de hermanos.
Personajes y actores, todos se hicieron indispensables, cotidianos, familiares. Y en esa característica tan cubana de beber en la misma copa la alegría y el dolor, reímos en cada idea de Luberta, como también fuimos sintiendo junto a él la tristeza por cada ausencia. Toda aquella gente que lo acompañaba en Alegrías de Sobremesa tenía otras tareas en el mester dramático, pero era allí en el programa de Radio Progreso donde nos fueron más cercanos. Y desde Alberto Luberta toda partida resultó misteriosamente más dura. Son muchos, muchísimos los nombres con los que nos supimos unidos, sin que importaran los vínculos de sangre: Pipo de Armas, Agustín Campos, José Antonio Rivero, Wilfredo Fernández, Darío Proenza, Miriam Isabel, Eloísa Álvarez Guedes, Juan Carlos Romero, Idalberto Delgado, Martha Jiménez Oropesa. Estaban con nosotros todos los días, compartieron su suerte, y se repartieron en la memoria afectiva.
Luberta es uno de los grandes héroes de la imaginación. Una vez, hace más de 45 años, Alegrías de Sobremesa fue a la televisión. Recuerdo a los niños en la calle, en el clamor cariñoso a Agustín Campos en su papel de Perfecto Carrasquillo, el padre de Paco, que sembró en la gente al ciclón de 1926. Y sin embargo, el público prefirió decisivamente a la propuesta de la radio, donde cada quien le inventaba el rostro a los personajes de Alberto Luberta. Y esto vuelve a reiterar la naturaleza límpida del buen creador: apostar por la fantasía con los pies bien puestos en la calle, en la realidad del país, con la simpatía que los cubanos precisan y exigen.
Corren tiempos complicados, en que la cubanidad regresa al debate como tema-problema de la academia y de once millones de actantes. Y en tanto la radio preserve la eficacia en la batalla en ciernes, conserva utilidad el inmenso e intenso legado de Alberto Luberta. Como se sabe, frases suyas hasta se folklorizaron. Otro grande escribió la necesidad de cantar una obra, como si estuviera ausente el oído de la voz. Luberta se fue, pero el propio Martí denotaba que la muerte es una forma oculta de vida. El hombre de las Alegrías de Sobremesa, debe permanecer en esa suerte, tan suya, de teclear la bandera que hoy lo cubre, las tantas esencias de la Patria.