Si algo se ha convertido en pandemia y aún no encuentra antídoto es el alza de los precios en ese mercado que habita en la calle, donde una encuentra lo que no hay en los sitios que antes frecuentaba y el salario modestamente permitía su adquisición.
Duele al bolsillo que una libra de boniato cueste 60 pesos, una col 70, la malanga 100 y más y así, en ese orden todo, para no numerar los medicamentos que también bailan en la misma danza.
Quién le pondrá el cascabel al gato no lo sé, pero cada día los precios ascienden más y cada quien justifica su llamada lucha en ese mercadeo que nos golpea a punto de noquearnos.
Duele ver ofertas en las redes con precios inalcanzables, duele también ver cuánto hay que pagar a un bixitaxero por un viaje de las cuatro esquinas al Materno y la pregunta del millón, ¿existe alguien que al menos disponga término?, porque evidentemente a ausencia de entendidos en esa responsabilidad infractores a manga por hombro.
Consciente estoy de la crisis económica que enfrentamos, del bloqueo y su nocividad pero, todavía por más que sumo y resto la cuenta no da, el salario es insuficiente para una mediana compra de lo que se necesita, y al final todos terminamos haciéndonos un haraquiri y comprando lo que nos urge a quienes siguen dándonos directo al bolsillo.
Las justificaciones de los vendedores, en su mayoría intermediarios, me refiero a esos que corren su pregón desde bicicletas o a pie, es que todo está caro y por tanto ellos tienen que vender caro.
Nuestra realidad es difícil y recién terminó el primer mes del año que queremos, necesitamos y nos merecemos sea mejor pero, aún subsiste este problema que no tiene freno, que lastima y ofende, porque no se justifica.
Urge ordenar, reordenar y poner freno a lo que todos estamos viendo.