K: mártires, Cuartel Moncada, lDía de la Rebeldía Nacional,Día de lo Mártires de la Revolución.
El Consejo de Ministros sesionó en pleno en el Cuartel Moncada a partir de las 5:15 de la mañana del 26 de julio de 1959. Fidel había renunciado al Premierato. No se encontraba en aquella jornada histórica, donde se aprobó que la fecha sería en lo adelante el Día de la Rebeldía Nacional. Allí también se acordó que el 30 de julio fuera el Día de los Mártires de la Revolución.
Se inscribe ya como costumbre que sean horas sobrias, de aliento melancólico, lentas, como si el recuerdo pausara el curso natural del reloj. Es el tributo al siempre presente Frank País. Y a Raúl Pujols, por supuesto, la lealtad a toda prueba. Ambos, de valor imponderable, ese que desde el continente joven no sabe, no puede, no quiere medir el peligro.
La conmemoración cumple ahora un papel significativo en la guerra de pensamiento que aún se nos hace. Poco a poco, entre los intersticios de una generación y otra, el enemigo inocula el veneno de su mala entraña. Los asesinos jamás ocultaron su euforia. En aquel jolgorio infamante confesaron nombres, hablaron del dinero por el crimen. Hasta quedó claro quién identificó a Frank en plena calle. Pero el linchamiento mediático, el negocio de la mentira, hace igualmente sus apuestas en el mercado.
Quienes lo conocieron, lo definen como el inolvidable Frank. Otra vez el adjetivo logra contenidos nuevos, más allá de la carga semántica tradicional. Ahí estaría el ser humano entrañable, de profunda fe cristiana. Siempre habría que expulsar del templo a los impíos. Es el sino del amor y de la justicia.
Aquellos valores universales que lo mejor del género humano se encargó de crear, de defender, de validar a lo largo de la historia, aparecen acendrados en la límpida conducta del joven amoroso y rebelde, en cuyas manos podía estar una pistola o el teclado del piano, según las circunstancias o el desafío del minuto.
La Revolución activó entonces la cadena de mando. René Ramos Latour ocupó inmediatamente el puesto del ángel abatido en el Callejón del Muro en Santiago de Cuba. Y exactamente un año después, el 30 de julio de 1958, cayó mortalmente herido en El Jobal, en el intento de interceptar una tropa enemiga. Trasladado por sus compañeros al caserío Hormiguero, resultaron infructuosos los esfuerzos por salvarlo. El Che y Sergio del Valle llegaron hasta aquel punto, pero ya nada pudieron hacer.
Historiadores cubanos, Pedro Antonio García entre ellos, apuntan que la fecha fija en la historia la caída de otros próceres de la emancipación. Juan Bruno Zayas Alfonso, quien en algún momento fue el general más joven del mambisado en la Guerra de 1895, murió revólver en mano, el 30 de julio de 1896, en la Finca La Jaima, en Güiro de Boñigal, cerca de Quivicán, en la actual provincia de Mayabeque. Y otro grande, José María Martínez Tamayo (Papi, Chinchu, Ricardo), del destacamento internacionalista del Che en Bolivia, cayó en el combate del Río Rosita, el 30 de julio de 1967.
Una canción de la trova, amarga y nada complaciente, describe tumbas sagradas en la madrugada fría, en un cuadro escatológico donde todo se ha perdido. Frank País, Raúl Pujols, Juan Bruno Zayas Alfonso y José María Martínez Tamayo, devienen necesaria inspiración, sobre todo en este minuto tan duro. Están en todas las gradaciones del día, como afirma el poema de Guillén: en la calma de la serena tarde, en el alba fría y hasta en el desierto anochecer.