Los dos amores de un héroe

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Hay hombres que pueblan la historia, se inscriben en sus páginas por su heroicidad y llegan a este y todos  los tiempos con tamaña fuerza que cautiva, inspira y estremece.

Antonio Maceo Grajales es de esos hombres que recurre siempre como símbolo, por su dignidad plena, por la fiereza en el combate, por las tantísimas heridas que surcaron su cuerpo, por la Protesta de Baraguá que marcó para siempre la voluntad de Cuba de no claudicar.

Pero el Titán de Bronce fue también un hombre apasionado, que llevó junto a su deber con la patria la ternura más estremecedora hacia la mujer amada.

A ella, María Cabrales, su esposa, escribió inolvidables cartas de amor:

 “En tu camino como en el mío, lleno de abrojos y espinas, se presentarán dificultades que solo tu virtud podrá vencer.

Fue Antonio Maceo Grajales, un hombre que abraza la historia como un gran héroe, pero fue un terrenal inteligente, apasionado, tierno, no ajeno a la envidia que tristemente aún en este siglo merodea a quienes brillan con luz propia.

A los héroes ha de llegarse para conocerlos más allá de sus acciones, más allá de la gloria que los abraza, ha de llegarse también a su esencia, a los sentimientos que le acompañaron en los mayores desafíos, al amor que siempre arropó sus ideas.

Para la mujer amada, para la Cuba querida, siempre el amor confeso, y la vida misma.

“La primera vez luchamos juntos por la libertad; ahora es preciso que luche solo haciendo por los dos. Si venzo, la gloria será para ti”.

 

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