Los Cinco: patrimonio de todas las edades

0
163

Al paso del operativo de aquel 12 de septiembre de 1998, la mañana se derrumbó. Los agentes echaron abajo las puertas, profirieron la consabida orden de tirarse al suelo, el grito de Freeze, freeze, FBI, la famosa conminación a congelarse, sin otra opción ante gatillos que se sienten dueños del destino humano.

El arresto de 10 hombres presumiblemente al servicio del gobierno cubano, saturó las centrales de la información mundial. Sobre ellos cayó la soberbia del imperio que no perdona la dignidad de un pueblo. Desde el inicio, se hizo claro que unos iban a ceder ante la presión y el chantaje. Pero otros decidirían encarar la injusticia y el chaparrón de calumnias.

Y desde ese momento escribieron, sin proponérselo, un capítulo de inconmensurable heroísmo. Son Los Cinco, por quienes millones se saben hermanos, de la estirpe mambisa rediviva, los escudos invisibles de los que con tanto orgullo hablaba Martí.

Hubo, eso sí, un antecedente revelador. Estaban encendidas las alarmas por un repunte del terrorismo anticubano, que amenazaba atacar en cualquier parte. El Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, fue el portador de un mensaje del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz al entonces presidente de los Estados Unidos, William Clinton. Y a Cuba llegó una delegación del FBI, a la cual se le entregó la información disponible.

Parecían dispuestos a cooperar. Se despidieron con la promesa de extender una respuesta. Y la dieron aquel 12 de septiembre de 1998. Sabían de sobra quiénes eran los terroristas que actuaban contra Cuba y dónde estaban, pero el foco de atención se dirigió hacia las fuentes de la denuncia.

Mientras el personal del FBI documentaba el expediente de una noble anciana estadounidense que montaba bicicleta como turista en Cuba, en aquella misma jurisdicción floridana vivía y se entrenaba en pilotaje el grueso del comando que el 11 de septiembre de 2001, impactó los aviones contra las torres gemelas del Centro Mundial de Comercio en Nueva York, contra el Pentágono en Washington, y que estuvieron a punto de hacer lo mismo en el Capitolio o en la mismísima Casa Blanca.

Como para desestabilizarlos emocionalmente, Los Cinco fueron juzgados en Miami, en el peor escenario posible, donde el odio conjura cualquier atisbo de justicia. Bush padre indultó a Orlando Bosch. Bush hijo le extendió idéntica patente a Posada Carriles. Los peores terroristas de este hemisferio, violadores incluso de la ley norteamericana, hallaron el paraíso en esa ciudad hasta el final de sus vidas.

Los antiterroristas cubanos, en cambio, encerrados tantas veces en condiciones infrahumanas, fueron acusados de espías, cuando la información recabada jamás comprometió la seguridad de los Estados Unidos. Y les colgaron el sambenito de conspirar para asesinar, el cargo más infame. A lo largo de más de 60 años, nadie se manchó nunca con la sangre de culpables de crímenes atroces dispersos por el mundo, a pesar de que la Revolución siempre tuvo capacidad operacional para cazarlos sin tanto esfuerzo.

Uno de aquellos días difíciles, trascendió el intercambio de agentes prisioneros entre Estados Unidos y Rusia el 9 de julio de 2010, en un aeropuerto de Viena, que según un experto sobre el tema, constituye un semillero del espionaje internacional. Nuestros cinco compañeros no clasificaban en esa norma, casi tendencia del mundo.

En su sed de venganza contra Cuba, el sistema les dispensaba castigo y silencio. Pero la solidaridad rompió muros. El heroísmo de Gerardo, Antonio, Ramón, Fernando y René, se transpuso en poemas, en canciones, en propuestas cinematográficas. Aparecieron libros, como Los últimos soldados de la Guerra Fría, de Fernando Morais, o el compendio Lo que hay del otro lado del mar: la verdadera historia de los cinco cubanos, de Stephen Kimber, tal vez el trabajo más completo sobre el tema.

Y ellos mismos, desde la confesada altura del amor, suscribieron su propia suerte en diarios y en apuntes a manera de cercano y de intenso testimonio que cada compatriota debiera leer. Y como lo prometió Fidel, quizá su victoria postrera, regresaron a su tierra para compartir el duro bregar de los suyos, repartidos en la gratitud y en el cariño, porque como bien consignó el Apóstol de Cuba, son los héroes patrimonio de todas las edades.

Califiquenos

DEJA UNA RESPUESTA

Comentario
Nombre