Las luces de un siglo, un día en Madrid

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Es el Día sin Término que cierra la novela El Siglo de las Luces, de Alejo Carpentier. Ahí está sin falta la actitud ante la música, de la que hablaba Argeliers León. El ensayo reconoce igualmente la investigación rigurosa del escritor extraordinario. Es el 2 de mayo de 1808 en Madrid. El narrador no precisa reinventar la historia.
Como juguetes del destino, los personajes recorren la saga impresionante de aproximadamente 10 años por confines distintos del mundo, para asistir al capítulo heroico de la capital española contra la ocupación francesa. ¿Cuál fue la génesis de ese recorrido, que concluirá en aquella masa desbordada por la Plaza Mayor y la Puerta del Sol?
La famosa pieza narrativa de Alejo Carpentier viene de los años 1790, de la mano de los hermanos Carlos y Sofía, y del primo Esteban. El padre de Carlos y Sofía acababa de fallecer. Aún se conserva en la calle Empedrado, la casa del escenario habanero, descrita como una tienda de ultramarinos.
Esteban sufría ataques terribles de asma. Como dormía mejor por el día, los muchachos dieron un giro nocturno a sus vidas. Leían y representaban obras de teatro en las noches. Tejieron una rutina que cambió irremediablemente con la llegada de un enigmático francés, Víctor Hughes, quien traía el proyecto de cerrar un negocio con el hombre cabeza de familia, sin saber por supuestoque había muerto.
Desde ese primer momento, el francés se siente fuertemente atraído por la jovencita Sofía, recién salida de la infancia, por lo visto amada en silencio por el primo. Y el recién llegado, para ganarse las simpatías de la muchacha, trata de impresionarla con las tantas cosas del mundo nuevo que nace, y también con la posible curación de Esteban.
El escritor y político dominicano Juan Bosch describe las fronteras imperiales del Caribe en su enjundioso estudio De Cristóbal Colón a Fidel Castro. En El Siglo de las Luces, de Alejo Carpentier, se detalla brillantemente el paso de los personajes por la Guadalupe, por la Guayana, el choque con los británicos en el teatro antillano, la utilización de la guillotina (o sencillamente la Máquina) en los dramáticos sucesos en Francia y en sus posesiones de ultramar.
Al fin en Madrid, Sofía y Esteban se reencuentran luego del cautiverio del primo en Ceuta. Parece que al fin vivirán en paz. Ella es sencillamente La Cubana de la Casa de Arcos, donde comparte el inmueble con él, aunque como bien se aclarano parece que llevan una vida marital propiamente a pesar del amor entrañable que se profesan.
Napoleón impone su hermano José a los españoles. Y se extiende el rumor del posible secuestro del príncipe heredero. El pueblo de Madrid se va a las calles aquel 2 de mayo de 1808 con lo que encuentra a mano. Para cargar contra los mamelucos y lanceros invasores, se pelea con piedras, con agujas de coser, con macetas que se arrojan desde los balcones.
La decisión en El Siglo de las Luces tiene aliento de mujer. Sofía ha tomado un viejo sable. Se detalla el hombro en claro, como si se remangara la blusa. Hay que hacer algo, dijo. Esteban vacila. Pregunta qué exactamente. Hasta le advierte que con hierros viejos no se puede hacer nada contra la metralla.
Pero ella sale en la hora de la verdad, en su cita con la historia. Y él, todo amor y fidelidad, la sigue en su carga por los desposeídos de siempre, que se baten contra el opresor. Luego se refiere la casa vacía, adonde los inquilinos jamás volvieron. Como ocurre en otras páginas, Sofía y Esteban desaparecen en los intersticios de lo real maravilloso.
El Siglo de las Luces es la novela de la encantadora y dolorosa universalidad de la Revolución Francesa en todos sus escenarios posibles, pero sobre todo en el área del Caribe. El juicio transdisciplinario no se cansa de encontrar en sus páginas claves infinitas de amor, de deslumbramiento, de lucha, de esperanza.
El 2 de mayo de 1808, y la brutal represión de los días subsiguientes tienen un lugar en los frescos de Eugenio Álvarez Dumont, en los célebres lienzos de Francisco de Goya. Pero el más hermoso y mejor registro se halla en esa pieza ejemplar del canon literario del mundo, donde la palabra encendida de una mujer reclama no permanecer indiferentes ante el épico paso de la multitud.

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