La tormenta tropical Idalia: el mensaje de la naturaleza

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Alguna vez, medio en broma pero en serio hablábamos de la necesidad de una cultura ciclónica. La temporada dura seis meses. La mitad de nuestras vidas transcurre en el ojo de la amenaza. Y vuelve el recuerdo de Ian, a lo mejor una alerta a su paso destructor en septiembre del pasado año. En su canción Anoche fue la orquesta, el cantautor cubano Silvio Rodríguez recordaba la prioridad de escuchar el mensaje inacabable de la naturaleza.

Fue un impacto terrible en el occidente cubano y luego al tocar el territorio de los Estados Unidos. Alguien recordaba el problema repetido de gente que antepone pretextos para no evacuarse. ¿Cómo olvidar la dramática noche, sin fluido eléctrico, aún bajo la pertinaz llovizna, en que quisimos llegar hasta Playa Caimito en Mayabeque? No era posible. Empapada hasta el cabello con agua de mar, la presidenta del Consejo de Defensa Municipal de San Nicolás, Yamilka Gasmury Rivero, relataba el eventual rescate de gente allá por los confines del litoral sur. Y hablaba de un niño, rehén de la irresponsabilidad de sus padres.

A veces no valoramos justamente las angustias y los sufrimientos que nos ahorran el protocolo de la Defensa Civil y la acción unida de la institucionalidad revolucionaria. Ian provocó cinco muertos en Cuba. En las redes se asegura que siete personas, en ruta irregular hacia los Estados Unidos, también habrían fallecido. Pero en el país vecino dejó un saldo de 156 decesos. En enero, casi cuatro meses después, aparecieron cerca de una playa en el sur de La Florida, en Fort Myers, a unos 26 kilómetros de su casa, los restos de Ilonka Knes, una anciana de 82 años, desaparecida durante el cruce del huracán. Su esposo, Robert, de 81, también perdió la vida.

En unas declaraciones a la radio nacional, el historiador de la Meteorología en Cuba, el doctor Luis Enrique Ramos Guadalupe, aludía por aquellos días la desmemoria repetida en comunidades costeras castigadas en otros tiempos, y que a menudo se comportan como si nada hubiera ocurrido. Es ciertamente increíble, porque ante la pesquisa más simple, salta la anécdota dura del pasado, frecuentemente en un raro equilibrio entre la realidad y la leyenda.

La experiencia confirma la tanta verdad que encierra la canción de Silvio. Aún trasciende el criterio de que la naturaleza emite alarmas y mensajes. Alguna gente cree, por ejemplo, que Isidore y Lily contribuyeron en 2002 a levantar las defensas en Pinar del Río, ante la devastación que hubiera podido provocar Iván El Terrible solamente dos años después, aunque como se sabela pared del ojo del organismo solamente rozó al cabo de San Antonio. Aquel huracán de categoría cinco, en su trayecto tangencial, volcó su fuerza descomunal sobre Vueltabajo, pero las experiencias precedentes contrarrestaron los daños en cierta medida.

Idalia es tal vez la primera experiencia seria para el archipiélago en una temporada que se pronosticó menos activa en comparación con otros años. En esa predicción científica, según sus autores, hay un lugar importante para los indicadores oceánicos y atmosféricos, para los célebres fenómenos de La Niña y El Niño. El Instituto de Meteorología de Cuba emitió un parte de alerta temprana, mucho antes de que el actual fenómeno fuera una tormenta tropical.

La actitud colectiva debiera estar a la altura de ese trabajo. Nada justifica la pérdida de la percepción histórica del riesgo, ni que retroceda la responsabilidad. Para la realidad nuestra, el tema tiene implicaciones otras. La preservación de vidas humanas sigue siendo el primerísimo principio, como reiteran las autoridades una y otra vez, pero la salvaguarda de bienes constituye un objetivo crucial. El acoso imperial no cede. Y se ensayan planes de subversión, de alevoso oportunismo, ante algún daño que profundice el difícil contexto material en este escenario del Caribe. El paso de Idalia confirma el exergo de la cubanidad de no desmovilizarnos.

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