La Revolución Cubana: todos los derechos

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En el pensamiento de hondo calado ético, permanece el principio de la revolución como fuente de derecho. No es un slogan de ocasión, ni le pertenece a una determinada comunidad humana. Tiene un altísimo valor universal, porque ha sido útil y además, necesaria  y funcional en cualquier época y en cualquier lugar.

Desde el inicio de la epopeya cubana, los fundadores de la Patria concibieron la independencia en equilibrio con la emancipación en todos los órdenes. En Guáimaro, se aprobó la primera constitución, donde la igualdad se consignó como un derecho inalienable. Y el reclamo de Ana Betancourt pareció dar un paso de siglos.

Y en Baraguá no solamente se condenó a un pacto indigno. Allí, Maceo y sus compañeros, se encararon a la máxima autoridad hispana, para exigir la abolición, y defender un corpus de justicia que cristalizó en los campos de Cuba libre.

Cuando aún no se hablaba formalmente de derechos humanos, ya este archipiélago los fecundaba con su propia sangre. Para ejercitarlos, es verdad, ya teníamos una escuela de pensamiento filosófico y un magisterio de primerísima línea en el mundo. Aquella frase del Apóstol, “Ser culto es el único modo de ser libre”, resulta la conclusión de siglos de cultivo ideológico.

No resulta casual que en esta empresa de conquistar derechos, tengan un protagonismo histórico los hombres de la justicia como oficio. Con sus diferencias, por momentos insalvables, Céspedes y Agramonte eran gente de leyes. Y el Maestro querido, el Martí de la Guerra Necesaria, levantó a un pueblo para todos los tiempos desde la más prístina ética, el mejor pensamiento, y la percepción de justicia como proyecto de estudio y de trabajo.

Y después don Fernando Ortiz logró descubrir el alma de la nación con las herramientas de la antropología, pero desde el prisma de las leyes y de la justicia. Y aún andamos en la obra social y humana más grande de la historia que pensó y concretó otro hombre de leyes. Y logramos con Fidel una revolución que por primera vez no fue Saturno, que nunca devoró a sus hijos, insurgente con un programa-alegato de autodefensa ante la historia.

Y aprendimos en la cercanía del monstruo, que el cerco podrá dejarnos precariedades, devastarnos el probable nivel de vida confortable, algún propósito material, pero jamás arrancarnos un derecho, y mucho menos acostumbrarnos a la idea de que uno solo nos falte.

Y en tanto el concepto del líder amado nos consagre una revolución sin límites de tiempo, aquí, en esta trinchera de lo real maravilloso que no se rinde, seguiremos conquistando la justicia y el universo utópico de salvaguardar todos los derechos.

 

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