La invasión nazi contra la URSS

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La Wehrmacht cruzó la frontera soviética la madrugada del 22 de junio de 1941. Era la Operación Barbarroja, en honor al célebre emperador Federico I de Hohenstaufen, la dinastía de los gibelinos en que se apoyaba el Sacro Imperio Romano. El zarpazo nazi tomó increíblemente por sorpresa a la dirección de la URSS.

Aún se repite casi como un dogma que el país del socialismo ganó la guerra gracias a Stalin. Pero, por lo que parece, el hombre del Kremlin más bien sufrió un shock en los primeros días de la contienda, al comprender las consecuencias de su equivocación. Los errores sería justo recordarlocostaron devastación y millones de vidas.

Las famosas purgas no se circunscribieron a la vieja guardia bolchevique. También afectaron al aparato de la seguridad y a los mandos del Ejército Rojo. El caso del mariscal Mijaíl Tujachevski sería el más conocido, pero no el único. Y muchas nociones tácticas como la Blitzkrieg (la guerra relámpago), defendida por el alto jefe fusilado, serían desechadas.

En los libros de la Editorial Progreso de Moscú, de tanto peso en los programas docentes cubanos, se defendía al Pacto Molotov-Ribbentrop como una salida airosa de la diplomacia soviética, que le ayudó a la Unión Soviética a ganar tiempo y prepararse. Sería algo difícil de medir, porque en ese tiempo Alemania también se alistaba con los recursos de casi toda Europa.

Fidel lo criticó siempre. Lo consideraba una violación de principios. A cada rato se alude el espectáculo de bienvenida al Canciller nazi en Moscú, con la banda del Ejército Rojo interpretando las marchas de la Wehrmacht. El Comandante en Jefe significaba la dura prueba de los partidos comunistas, solidarios siempre con la Unión Soviética, que tuvieron que hacerse el harakiri, como él mismo decía.

El Líder de la Revolución Cubana jamás compartió la decisión soviética de entrar el 17 de septiembre de 1939 a la Polonia atacada por las tropas alemanas, con el pretexto de ayudar a ucranianos y bielorrusos abandonados a su suerte. Tampoco estuvo de acuerdo con el ataque a Finlandia en la conocida Guerra de Invierno.

Había por lo que parece un temor bastante fundado de la alta dirección soviética ante un eventual choque con Alemania. El famoso pacto de no agresión buscaba disipar esa amenaza. A cada rato se recuerda por ahí una presunta reunión de dirigentes de partidos hermanos en Moscú, donde Wilhelm Pieck le habría echado en cara a Dimitri Manuilsky la orden de la Komintern a los comunistas alemanes de entregarse a la Gestapo y no resistir, para evitar una guerra civil en la cual la URSS tendría moralmente que intervenir.

Lo inconcebible, eficacia extraordinaria de la inteligencia soviética

Pero ocurrió entonces lo inconcebible. La demostró en el umbral de la guerra una eficiencia extraordinaria. Pero los informes del ataque nazi inminente, eran interpretados como provocaciones que buscaban la guerra con Alemania. Y en ese sentido, las alertas devenían actos irresponsables que buscaban la destrucción del país.

Richard Sorge, agente soviético en Tokio, fue el más exacto de todos. Informó la fecha y la hora. Tenía una leyenda impresionante de bebedor y mujeriego, con residencia a escasas cuadras de la Kenpeitai, la policía militar japonesa. Stalin no le hizo el menor caso. ¿Cómo voy a creer a un pervertido que organiza fábricas y burdeles en Japón? Fue mucha la sangre derramada por no tomar en serio el informe.

Es cierto que Hitler pensaba en un eventual asalto a Gran Bretaña. Y aunque el proyecto de invasión contra el Reino Unido se abandonó, se mantuvo como una operación diversionista para confundir a la URSS. Pero la colosal concentración de fuerzas en la frontera soviética desde el Báltico hasta el Mar Negro no debió de pasar inadvertida. ¿Cómo fue posible que el país permaneciera sordo ante tantas evidencias?

En aquel primer momento, Stalin se resistía a creer lo que estaba pasando. Incluso llegó a comentar en la reunión de emergencia de aquella dramática madrugada que seguramente Hitler no estaba al tanto de las acciones. Los detalles aparecen en el libro Memorias y Meditaciones, del mariscal Gueorgui Zhúkov, que bien merecería una edición cubana a la luz del siglo XXI.

A pesar de las siniestras derivaciones del denominado culto a la personalidad, el líder georgiano gozaba de una tremenda autoridad. Y se levantó de la lógica depresión inicial, para decirles a sus compañeros que si el enemigo quería una guerra de exterminio se la daremos. Y le habló con una gravedad terrible a su pueblo, que le dispensó en lealtad una heroica resistencia contra el poderoso enemigo que aún asombra al mundo entero.

Pero aquel hombre que deambulaba por Tokio en motocicleta de bar en bar, con un pródigo séquito de amantes, enviaría otro informe que, como suele decirse, cambió la historia: Japón no atacará a la Unión Soviética si los alemanes no logran tomar Moscú. Esta vez Stalin sí tomó nota, sacó tropas del Lejano Oriente, y la capital se salvó. El agente fue arrestado poco después por la policía japonesa, y ejecutado en la horca el 7 de noviembre de 1944, en un aniversario de la Revolución de Octubre.

Al denominar Barbarroja a aquella impresionante marcha hacia el este, Hitler entraba en el inevitable juego simbólico. Nunca ocultó su propósito de recorrer los caminos de los antiguos teutones. Pero aquel emperador sucumbió en una cruzada en 1190, precisamente en el mes de junio, ahogado en un río de la actual Turquía. Al precio de 27 millones de vidas, de la atroz destrucción de aldeas y ciudades, por aquellas tierras naufragó para siempre el sueño fascista de un Reich milenario.

 

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