La lucha por el Diferencial Azucarero no sería el final, sino más bien, un paso dentro del proceso inacabado de la identidad de millones de hermanos. Que estuviera en la punta de la mocha, significa la perenne rebeldía –componente esencial de su pueblo—en unidad biunívoca con las cañas.
En un contrapunteo del azúcar –idea proteica del genio descubridor—transitó la existencia de Jesús Menéndez desde Encrucijada hasta Manzanillo. Cada tribuna, cada segmento de la geografía cubana que supo de sus pasos, constituye hoy patrimonio con lugar para el recuerdo y el homenaje.
No se conservan los colores de la voz de Jesús, pero se le adivinan en los testimonios de coetáneos y amigos. Su palabra enfática y dura se describe en términos documentales por Juan Marinello. Hablaba –dijo—a manera de mazazos. Al fin y al cabo, ruda es la mano en la plantación, y encallecido el machete. El General de las Cañas, estratega de la batalla, no podría ser de otro modo.
Su nombre define ahora proyectos colectivos, topónimos, poemas, canciones. Una plaza en Manzanillo, allí donde cayó hace 65 años, precisa instantes de su último viaje vivencial. El sitio en la estación ferroviaria en la ciudad del Guacanayabo, se expone Monumento Nacional. Allí, en todo caso, la inmortalidad venció al crimen. La Elegía de Nicolás Guillén lo pinta definitivamente en pie, rodeado de cañas insurrectas, de cañas coléricas, hecho trino en la mañana, vivo irremediablemente en el azúcar ya sin lágrimas.