En la palabra halla la verdad la ruta mejor. La Historia me Absolverá resulta confirmación de ese milagro. La causa cristiana pervive por miles de años, sobre el testimonio de hombres que el mundo cree incapaces de mentir.
El alegato de Fidel trasciende como una pieza grande de la jurisprudencia: valerosa, ejemplar, límpida. Pocas veces el amor y la justicia concibieron juntos un tratado diamantino.
En la soledad del calabozo, el nuevo líder de Cuba vivió su propia convalecencia. Sus carceleros le herían con calumnia y silencio, pero llevaba consigo el protocolo más eficaz para la curación: las doctrinas del Maestro en el corazón. Una y otra vez el nombre amado se desgrana en aquel descargo de combate y de poesía, para no dejarlo morir.
Allí, en la bruma del encierro, halló la integridad de la luz en el mensaje centenario de Martí: “Un principio justo desde el fondo de una cueva puede más que un ejército”. Era el aserto de la esperanza a prueba de grilletes en plena juventud, que cobraría utilidad en otro siglo. En definitiva, el sueño de la emancipación jamás tuvo edad, ni frontera geográfica ni de tiempo.
El enemigo le concibió el peor escenario al abogado revolucionario decidido a defenderse a sí mismo, a vindicar la epopeya de su generación: un pequeñísimo espacio físico, lejos de la emoción del público, de la complicidad contenida, de la simpatía natural del pueblo.
La trovadora describe en su canto a una corte envilecida. El fiscal de ocasión no discurrió argumentos ni razones. Se limitó a leer un artículo del Código de Defensa Social, sin un dato aleatorio, ni un sintagma de más.
Bien lo sabía Fidel: le querían coartar las ideas, derrumbarle la tribuna. El sospechoso laconismo del representante en el juicio de aquel Estado ilegal y represivo, pretendía dejarlo sin asideros posibles en una eventual polémica en el orden jurídico.
El Jefe de la Generación del Centenario intuyó la trampa, y la sorteó con maestría y soltura. La denunció y la describió, como mismo haría con cada crimen, con cada desvergüenza, con cada maniobra de los asesinos.
Amigos y enemigos le reconocen la virtud del encanto. Muchos años después, ya un estadista de talla internacional, cualquier senador o representante de la Roma Americana que vendría a conocerlo, recibía en el sínodo imperial el mismo consejo: “No se deje seducir”.
Aquel 16 de octubre de 1953, eran los efectivos militares la mayoría de su escaso auditorio. La periodista Marta Rojas allí presente, no olvidaría jamás a aquel soldado, deslumbrado con la palabra nueva de la Revolución, que casi se le cae el fusil de entre las manos.
Algún que otro personero del crimen lo habría calificado de loco. Y allí estaba otro Quijote de gesta, perfilando el programa más hermoso de libertad desde el tributo a sus hermanos muertos. Casi 2000 años antes, Festo denostó de igual modo a Pablo de Tarso. Y el apóstol del sacrificio asumió su propia defensa ante el rey Agripa II. Otra clave: está en Hechos 26, un número tan unido a la existencia de Fidel.
Habrá que apuntar constantemente que vivimos una grave crisis humanística, que reparte sinsabores, retrocesos y falsos valores por las redes digitales del planeta. La Historia me Absolverá perdura, aunque se insista en el final del oficio de la memoria, de la Historia, y hasta del último hombre.
Fidel fijaría en el futuro el célebre concepto, pero desde la raíz de la acción, la palabra cristalizó un proyecto para que la revolución siga siendo fuente de derecho.